martes, 29 de septiembre de 2015

El monstruo bajo la cama


Tendido en su cama, Álex escucha.
Bajo la cama algo se mueve.
Algo se arrastra.
Algo araña.
Algo tropieza con su hucha.
Con la sábana hasta la barbilla, Álex atiende.
Bajo la cama algo respira.
Algo suspira.
Algo se rasca.
Algo rechina los dientes.


Con los ojos cerrados, Álex espera.
Bajo la cama algo que huele.
Algo que ruge.
Algo que trepa.
Tumbado en la cama,  Álex no grita.
Álex no llama.
Álex se agita.
El monstruo se mueve.
El monstruo sisea.
Álex lo oye y se tapa hasta arriba.

 
El monstruo se remueve en la oscuridad,
saca una zarpa,
saca una pata,
saca una cola larga, larga.
Escondido en la cama, Álex se asoma,
mira un poquito,
y ve al monstruo hacerse lacitos.
El monstruo se acerca,
el monstruo sube a la cama,
el monstruo babea sobre su manta.


Y, de repente:
-¡BUUUUU! -dice el monstruo.
Álex da un salto,
Álex da un grito,
Álex intenta reírse bajito.
El monstruo le dice:
-¡Te he dado un buen susto!
-¡Bah! ¡No ha estado mal!
Y los dos se ríen,
y se ponen a saltar.
¡Va a ser una noche de lo más genial!
Álex y su monstruo
juegan sin parar
durante toda la noche
o hasta que no pueden más.
Mañana, de nuevo,
todo empezará,
el susto,
el miedo,
y luego... a jugar.
Porque los monstruos no dan miedo
ni mucho,
ni poco,
ni ná... 

martes, 1 de septiembre de 2015

El dragón Bramón


La mascota de Carlitos era un dragón.
De nombre, Bramón.
Un dragón grandón, zampón y torpón que siempre usaba una bufanda de color rojo chillón porque era muy friolero.
Bramón, el dragón, había sido un regalo de su tío Vito, el explorador, que lo había traído, cuando no era más que un huevo, de uno de sus fantásticos viajes a uno de esos países lejanos con nombres la mar de raros.
El dragón era un buenazo, amable, cariñoso y muy divertido aunque, eso sí, no podía evitar meter la pata... y era una pata muy grande.
Cuando Bramón salió del huevo, era tan, tan pequeñito que podía dormir en la misma cama que Carlitos.
No había problemas para darle de comer porque comía muy poquito.
Si, al tomar el desayuno, acababa derramando la leche y usando el tazón de sombrero, todos se reían.
Si de un estornudo chamuscaba las cortinas del salón, nadie se enfadaba.
Y si, probando sus alas, terminaba enredado en la lámpara del techo a todos les parecía la mar de mono.
Pero el tiempo pasaba y Bramón crecía y, cuanto más crecía, menos gracioso resultaba. Por mucho que lo quisieran, aquel dragón era demasiado grandón y demasiado torpón para aquella casa.
Se hizo tan grande, tan grande, que no quedó más remedio que sacar el coche del garaje para que Bramón pudiera dormir allí.


Se hizo tan grande, tan grande, que había que comprar un camión lleno de comida a la semana.
Se hizo tan grande, tan grande, que los vecinos temblaban cuando lo sacaban a pasear.
Se hizo tan grande, tan grande, que, cuando movía sus alas, todos tenían que sujetarse para no salir volando.
Se hizo tan grande, en fin, que los padres de Carlitos comenzaron a pensar que, quizás, lo mejor sería devolver a Bramón a su lejano país.
Pero Carlitos, por supuesto, no estaba de acuerdo.
Y mientras lo hablaban, lo discutían, lo pensaban y lo decidían, pasaban las semanas y Bramón cada vez era más grande y comenzó a hacer cosas de dragón.
La primera cosa de dragón que hizo Bramón fue llevar al garaje cualquier cosa brillante que viera: cuentas, canicas, trozos de vidrios, clips, monedas, pulseras, anillos... Nadie entendía el porqué de esa manía hasta que el tío Vito les explicó que los dragones tienen la costumbre de reunir grandes tesoros y dormir sobre ellos.
-Pues explícale tú eso a los vecinos -dijo el papá de Carlitos rebuscando entre el “tesoro” de Bramón para devolver todas las joyas que había ido cogiendo.
La segunda cosa de dragón que hizo Bramón fue secuestrar a Mariví, la vecinita de Carlitos porque, según explicó el tío Vito, un dragón, llegado a cierta edad, debe raptar a una princesa y, claro, lo más parecido a una princesa que había por allí era la pobre Mariví.
-Pues a ver quién se lo explica a sus padres -dijo el papá de Carlitos mientras “liberaba” a la princesa... digo, a Mariví.


La tercera cosa de dragón que hizo Bramón fue luchar contra el cartero porque:
-Los dragones a esta edad deben luchar contra algún príncipe.
-¡Pero es que no es un príncipe! -dijo el papá de Carlitos- ¡Es el cartero!
-Ya... pero no habiendo un príncipe a mano...
-Pues a ver cómo se lo explicas al pobre señor -respondió el papá de Carlitos mientras daba una taza de tila al tembloroso cartero.
Pero la gota que acabó por colmar el vaso fue aquella vez en que Bramón tenía mucho frío, pero que mucho frío y no tuvo mejor idea que que salir al jardín y quemar dos o tres árboles para calentarse. El susto que se llevó todo el mundo fue morrocotudo.
-Esto ya no es cosa de dragones -dijo el tío Vito llenando cubos de agua.
Al final no quedó más remedio que aceptar que Bramón no podía vivir en una casa como si fuera un perro o un gato y que lo mejor para todos, especialmente para el dragón, era devolverlo a su lejano y extraño país.
Así que el tío Vito y Carlitos hicieron las maletas, montaron sobre Bramón y se fueron volando rumbo a la tierra donde viven los dragones. Y allí dejaron libre al dragón zampón y grandón, cerca de una montaña llena de cuevas donde vivían dragones como él.
Y, aunque les dio mucha pena separarse de aquel dragón torpón, sabían que allí estaría mucho mejor que en una diminuta casa de humanos.
Carlitos se despidió de Bramón prometiéndole ir a visitarle dos o tres veces al año y el dragón, después de darle un lametazo a Carlitos, abrió sus ya enormes alas y salió volando hacia donde lo esperaba su nueva familia.