Érase que se era una sombra.
Una sombra curiosa.
Una sombra fantasiosa.
Una sombra soñadora.
Una sombra nada normal.
Una sombra que no quería arrastrarse por el suelo, ni pegarse a las paredes, ni ser de un color tan feo.
Una sombra que soñaba con volar, viajar por todo el mundo y ser de muchos colores.
Una mañana lluviosa esta sombra tan curiosa, soñadora y fantasiosa se encontró con un paraguas.
Un paraguas precioso.
Un paraguas enorme, de color rojo rabioso.
Era tan bonito y tan rojo que la sombra no podía dejar de mirarlo.
Se acercó a él.
Despacito.
Con cuidado.
Lo cogió con las dos manos y, justo en ese momento...
¡FIUUUUUU!
Una ráfaga de viento tiró del paraguas.
Y el paraguas tiró de la sombra.
Y la sombra y el paraguas salieron volando.
El suelo se hizo pequeñito enseguida.
El cielo se acercó muy rápido.
La sombra sonrió.
El viento jugaba con el paraguas y la sombra reía a carcajadas.
Riendo y jugando, el viento, el paraguas y la sombra atravesaron el arco iris.
La sombra ya no era negra.
Era roja, verde, amarilla, azul, naranja y violeta...
Era una sombra feliz.
Desde entonces, agarrada a su paraguas rojo, la sombra recorre el mundo, viendo todo cuanto soñaba, riendo sin parar y llenando todo de colores.
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