viernes, 18 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

18 de diciembre







El invierno

Pedrín vivía en un lugar donde no existía el invierno y, un día, pensando en esa estación a saber por qué, preguntó a su padre:

-Oye, papá... ¿Cómo es el invierno?

Y su padre se quedó con el café a medio camino. Miró al techo -Pedrín también miró pero no vio nada-, se rascó la cabeza -que es una cosa que hacía cuando pensaba- y, al final, contestó::

—Frío.

—Ah, vale —respondió Pedrín. Y siguió con sus cosas (sus cosas en aquel momento era un juego nuevo de la consola). Sin embargo, siguió dando vueltas al asunto y al rato volvió a preguntar:

—Pero... papá... el frío... ¿qué es?

El papá de Pedrín, que ya había acabado su café, bajó el libro que estaba leyendo y volvió a mirar al techo -Pedrín también miró, pero seguía sin ver nada-, se volvió a rascar la cabeza y, tras un rato de rumiar, respondió:

—Lo contrario del calor.

A Pedrín se le quedó cara de tonto, así que su padre siguió:

—¿Tú sabes lo que sientes cuando tocas un cubito de hielo? Eso es frío.

—Ah, vale —, respondió Pedrín. Y siguió con sus cosas (en aquel momento sus cosas eran las galletas de la merienda).

—Y dime, papá... ¿Cuándo hace frío siempre nieva?


—¿Tú sabes lo que sientes cuando tocas un cubito de hielo? Eso es frío.
—Ah, vale —, respondió Pedrín. Y siguió con sus cosas (en aquel momento sus cosas eran las galletas de la merienda).
—Y dime, papá... ¿Cuándo hace frío siempre nieva?
El papá de Pedrín, por tercera vez, miró al techo. Pedrín no entendía por qué su padre miraba tanto al techo porque él seguía sin ver nada. Su papá volvió a rascarse la cabeza y dijo:
—Humm... creo a veces nieva y otras veces no. A veces llueve. A veces hay niebla. A veces viento. A veces todo a la vez.
—Ah, vale —, dijo Pedrín,, que siguió con sus cosas que, en ese momento, era lavarse los dientes muy bien lavados.
—Oye, papá... ¿Y cómo será eso de ponerse gorro, bufanda, abrigo, guantes y botas? 
El papá de Pedrín, esta vez ni miró al techo ni se rascó la cabeza. Esta vez se rió y contestó:
—Tiene que ser muy incómodo, hijo, pero que muy incómodo. Tenemos suerte de no necesitar llevar tantísima ropa.
—Ah, vale —, dijo Pedrín que siguió con sus cosas que eran, en ese momento, meterse en la cama.
—¿Sabes una cosa, papá?
—¿Qué? —preguntó su padre bostezando.
—Que eso del frío tiene pinta de ser un tostón.








jueves, 17 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

17 de diciembre








Aura y la Navidad


Ya llega la Navidad, días llenos de magia, y Aura salta llena de alegría. Son días muy felices, días repletos de ilusión y Aura los disfruta un montón sin dejarse nada en el tintero.

Primero, Adviento. En su calendario Aura comienza a desgranar los días que faltan para las fiestas celebrar. Tras cada ventanita se esconde una sorpresa y a Aura le encanta descubrirla: hoy una chocolatina, mañana una golosina, ayer fue una pegatina. Son cosas pequeñitas, minúsculas sorpresitas que a la niña hacen disfrutar.

Ya llega la Navidad y Aura quiere reír porque en estos días se siente muy feliz.

Segundo, adornar el árbol, algo muy divertido: que si una bola por aquí, que si espumillón por allá, que si luces, que si angelitos, que si lacitos, que si una gran estrella para el final. Luego, con un chocolate bien caliente, Aura se sentará frente a él para contemplarlo, disfrutarlo y mil cosas imaginar.


Esas bolas de colores, piensa Aura, son planetas diminutos donde vive gente microscópica. Y el espumillón, sigue pensando, son autopistas doradas y plateadas que conectan unos planetas con otros y por él viajan, deslizándose, las pequeñas personillas. Y esas luces amarillas, rojas, verde o azules, son estrellas luminosas que charlan con parpadeos; ahora hablan las rojas y callan las demás, luego callan todas y hablan las verdes y así sin parar. Ya llega la Navidad y Aura llena su cabecita de ilusión y felicidad. En tercer lugar, el Nacimiento, que Aura prepara con mucho cuidado junto a sus papás. Aquí un pastor, la lavandera por allá, ese ángel va más acá. Algo de musgo, un par de piedras, papel de plata para el río figurar; un cielo azul y una gran estrella para los Reyes guiar. Luego, al acabar, se queda observándolo, haciendo algún cambio final y, cómo no, poniendo su imaginación a trabajar. Aura imagina que las figuritas de noche, mientras todos duermen, seguro se moverán. Y los Reyes avanzarán un poco y el Niño llorará, y María cantará una nana y los pastores bailarán. Y los ángeles jugarán al corro y las pastoras reirán y los animales harán mucho ruido y todos se divertirán. Ufff... menudo jolgorio, piensa, el que se debe montar. Ya llega la Navidad y Aura se siente feliz de poderlas celebrar.


Y piensa Aura en Papá Noel y en lo gordote que está y en que ella no tiene chimenea... Hey, mamá, ¿por dónde va a entrar? Y le deja unas galletas y leche para cenar, y piensa que, si en cada casa, le ponen así de comer es normal que no pare de engordar. Y, por supuesto, los Reyes, esos no pueden faltar, que Papá Noel está muy bien pero los Reyes, como son tres, pueden más regalos cargar. Y limpia bien sus zapatos y los deja bajo la ventana aunque duda que con esos camellos puedan entrar por ahí. Un vaso por cabeza, galletas para tres, agua para los animales... ¿Y a los pajes, mamá, que les podemos poner? Ya está aquí la Navidad, unos días de ilusiones y Aura disfruta a montones. Ya está aquí la Navidad, Aura se siente feliz y cruza mucho los dedos para que nunca se acabe, jamás. Ya llegó la Navidad, qué bien que lo va a pasar, ojalá que todo el mundo las pueda disfrutar en paz y tranquilidad.








miércoles, 16 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

16 de diciembre




El pueblo de mis abuelos

El pueblo de mis abuelos es el pueblo más raro, más original, más divertido y más todo que os podáis imaginar.
En serio. De verdad.
En el pueblo de mis abuelos los buenos días se dan por la tarde, las buenas tardes por la mañana, se desayuna a mediodía y se cena a media tarde. Hay quien de madrugada merienda y quien come a medianoche.
En serio. De verdad.
En el pueblo de mis abuelos no llueve de arriba abajo. No señor. Allí llueve de izquierda a derecha, y, si la lluvia tiene el día tonto, llueve de derecha a izquierda. En ocasiones especiales, llueve de abajo arriba pero nunca, jamás, llueve normal.
En serio. De verdad.
En el pueblo de mis abuelos la gente no se levanta con el canto del gallo ni se va a dormir con las gallinas. No señor. La gente se va a dormir cuando el gallo canta y se despierta con las gallinas.
En serio. De verdad.


En el pueblo de mis abuelos la nieve parece algodón de azúcar, huele como el algodón de azúcar y hasta sabe como algodón de azúcar.
En serio. De verdad.
Cuando hay lluvia de estrellas, en el pueblo de mis abuelos, salen todos con cestas a la calle para recogerlas y guardarlas. Con ellas decoran el árbol de Navidad, o se hacen cintas para el pelo, o pendientes, o pulseras u otras muchas cosas más.
En serio. De verdad.
La primera noche de primavera todos los vecinos del pueblo ponen vasos con licor de moras en las ventanas porque esa noche los duendes salen a festejar y van de casa en casa, bailando, cantando, jugando y haciendo travesuras. Y si en alguna de ellas no encuentran el licor la lían muy, pero que muy parda y lo mismo te suben la vaca al tejado, que te dejan la cama en mitad de la huerta.
En serio. De verdad.
El primer día de invierno todos los vecinos apartan algunos troncos para que las hadas tengan con qué calentarse y el que no lo hace... Bueno, el que no lo hace tiene que vivir todo el invierno con hadas en su casa, lo que no es tan divertido como parece porque las hadas son unas tontas remilgadas y unas mandonas insoportables.
En serio. De verdad.
En la noche de Halloween ni uno solo de los vecinos del pueblo olvida sacar dulces para los fantasmas que vienen de visita y pobre el que se olvida, porque entonces los fantasmas se dedican a cantar bajo su ventana lo menos, lo menos, hasta Navidad... y los fantasmas cantan fatal.
En serio. De verdad.


En el pueblo de mis abuelos cuando alguien tiene muchas pesadillas se les da para merendar pasteles endulzados con azúcar de las hadas, que llenan los sueños de colores. Y para la tristeza usan zumo de risas de bebé que hace cosquillas en la barriga.
En serio. De verdad.
En el pueblo de mis abuelos, cuando el otoño se va acercando, los mayores y los pequeños se reúnen en la plaza del pueblo a hacer bufandas y chaquetas diminutas para pájaros, ratoncitos, ardillas... Todas menos mi abuelo que teje una bufanda interminable para un gigante friolero.
En serio. De verdad.
Y me contó la abuela un día que hace muchos años, cuando ella era muy joven, llegó al pueblo un alcalde nuevo al que no le gustaba nada como funcionaba el pueblo.
Todo, todo le parecía mal.
—Esto no está bien —gruñía
—En este pueblo todo anda patas arriba —protestaba.
—Hay que cambiarlo todo —decía.
Aunque nadie le escuchaba.
Un día de lluvia el Señor Alcalde salió muy enfadado de su casa y ordenó a las gotas que cayeran desde arriba, como hacen todas las gotas de lluvia en todos lados pero las gotas no le hicieron ningún caso y lo único que consiguió fue que, molestas por sus gruñidos, se le colaran por el cuello de la camisa. El alcalde volvió a casa empapado y enfurruñado, y la lluvia siguió cayendo como le vino en gana.


En primavera, el Señor Alcalde, se negó a dejar el licor para los duendes y los duendes, enfadados, lo dejaron tres días colgado de la lámpara del salón.
Cuando llegó Halloween no quiso dejar ni medio pastel para los fantasmas, y los fantasmas se reunieron cada noche bajo su ventana a cantar los grandes éxitos del momento hasta que llegó Navidad... Y empezaron con los villancicos.
Al llegar el invierno su casa fue la única que no tenía madera en la puerta para que se la llevaran las hadas. Esa misma noche su casa se vio invadida por un montón de diminutas hadas chillonas, chismosas y mandonas de las que no se libró hasta que se derritió el último copo de nieve.
Quiso prohibir el Señor Alcalde, la recogida de estrellas, que se comiera a media mañana y la cena a media tarde.
Intentó que todo el mundo se fuera a dormir con las gallinas y se despertara con los gallos, pero la gente se hacía unos líos impresionantes y lo mismo salían en pijama a las nueve de la mañana que desayunaban a las nueve de la noche que se dormían a media tarde.
Prohibió regalar ropa a los animales porque eso de que en el ayuntamiento se formara una larga cola de ratones, ardillas, pájaros y demás le parecía una barbaridad.
El Señor Alcalde por todos los medios que el pueblo de mis abuelos fuera un pueblo normal, pero fue imposible.
Y eso que la gente lo intentó. Mucho. Pero no había manera.
En serio. De verdad.


Lo intentaron con muchas ganas, sólo por verlo contento. Pero ser un pueblo como los demás era demasiado aburrido.
De modo que, tras más de un año de lucha, el alcalde, por fin, se rindió.
—No hay nada que hacer con este pueblo de locos —dijo.
Así que hizo las maletas y se largó.
Todo el pueblo salió a despedirlo:
—¡Bienvenido! —le decían.
—¡Qué bien que ya llegó! —exclamaban.
Y el Señor Alcalde, moviendo la cabeza, murmuraba:
—¡Están todos como cabras!
También fueron a decirle adiós los duendes, las hadas, los fantasmas, los ratones, las ardillas, los pajaritos y hasta el gigante friolero que había ido a ver cómo iba su bufanda.
Dice la abuela que a todos les dio un poco de pena porque, en el fondo, se habían divertido mucho con todas aquellas tonterías y que, aunque fuera muy raro, les caía bien el Señor Alcalde.
Desde entonces nadie ha vuelto intentar cambiar el pueblo de mis abuelos y yo me alegro porque gusta así, tal como es: el pueblo más raro, más original y más divertido que os podáis imaginar.
En serio.
De verdad.










martes, 15 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

15 de diciembre




Muñeco de nieve


Hoy ha nevado,    

todo está blanco, blanco

y todos nos preparamos

para salir.

Gorros, guantes, bufandas,

botas y calcetín,

bien abrigados todos

corremos hacia el jardín.

—¡Quiero un muñeco de nieve!

Grita Irene.

—¡Eso, eso! —repite Andrés.

—¡Un muñeco de nieve,

o dos o tres!

Papá se anima a ayudar

y hace una enorme bola,

nosotros con la pequeña

nos debemos conformar.

Una encima de la otra,

la grande abajo,

otra mediana encima

y la más pequeña

será la cabeza.

Dos botones como ojos,

de nariz una zanahoria,

y para que no pase frío

un viejo gorro de lana mío.

Una bufanda roja,

un par de ramas sin hojas

para que hagan de brazos,

y hasta tres o cuatro lazos.

Pero aún le falta algo

a nuestro amigo el muñeco

y es mamá quién se da cuenta.

Corre a casa,

vuelve rápido,

trae un trozo de fieltro,

que sobró de un disfraz de ciervo.

Lo coloca con cuidado

bajo la enorme nariz

y ahora nuestro muñeco

parece sonreír.




lunes, 14 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

14 diciembre




Cascaruja

La bruja Cascaruja vestía como todas las brujas, es decir, un gorro de pico tan negro que los murciélagos lo utilizaban para dormir, un vestido -también negro- hasta los tobillos y unas fuertes, feas, cómodas y negrísimas botas de las que era mejor mantenerse apartado por si los pisotones. Además, lucía una enorme y asquerosa verruga con tres pelos justo en mitad de la barbilla y cada mañana se despeinaba con mucho cuidado de no dejar ni un sólo pelo en su sitio.

Vivía Cascaruja en una destartalada cabaña a la entrada de un tenebroso bosque acompañada por un gato negro y flacucho, que nunca engordaba aunque comía mucho, un búho viejo y aburrido que pasaba la mayor parte del tiempo dormido y un sapo orondo y redondo, y su escoba la guardaba en el armario del fondo.

En fin, que Cascaruja era una bruja todo lo normal que puede ser una bruja pero, claro, siempre tiene que haber un pero, porque sin pero no tendríamos historia que contar. Y el pero de este cuento es que Cascaruja era la única bruja conocida y por conocer que disfrutaba con la Navidad y adoraba todo lo navideño: las luces de colores, decorar el abeto, el espumillón, las bolas, el muérdago, los turrones, los mazapanes, las peladillas y hasta los villancicos (y para que te gusten los villancicos debe gustarte muchísimo la Navidad).

Al resto de brujas esta rareza de Cascaruja no les gustaba pero, como en todo lo demás era una bruja perfecta, la dejaban tranquila. Todas menos Papanduja, la bruja más fea y más mala de todas las brujas; más fea y mala que la bruja más mala y fea que podáis imaginar, sí, así de fea y de mala era. En cuanto llegaba la Navidad, Papanduja comenzaba a hablar contra Cascaruja intentando poner a las demás compañeras en su contra sin conseguir otra cosa que portazos en las narices.
Hasta el triste día en que Papanduja se convirtió (por arte de sus malas artes) en Jefa Suprema del Gran Consejo de Brujas y prohibió a Cascaruja celebrar la Navidad. ¡Pobre Cascaruja! Tuvo que desmontar su árbol, quitar toda la decoración de paredes, mesas y puertas, recoger los dulces navideños que había preparado y entregar todo a Papanduja que, entre risotadas, las lanzó a la enorme hoguera que, para tal fin, había ordenado encender.
Luego Cascaruja volvió a su cabaña y se encerró en ella con su gato, su búho y su sapo, hasta que llegó la primavera; mientras Papanduja, más feliz que una lombriz, se dedicaba a ordenar cosas a diestro y siniestro, sólo por el gusto de mandar, que es lo siempre había deseado. No había bruja que estuviera contenta con lo que hacía pero tampoco había ninguna que se atreviera a oponerse a ella.


Cuando la segunda Navidad estaba por llegar, Cascaruja decidió retar a Papanduja a un Duelo Mágico, algo a lo que ninguna bruja, ni tan siquiera la Jefa Suprema del Gran Consejo de Brujas puede negarse. 
El duelo se celebró el 24 de Diciembre, en el gran claro del bosque, al pie del gran abeto solitario.
Ese día el claro se llenó de brujas expectantes. Los poderes de ambas estaban muy iugualados y, por tanto, todo podía ocurrir.
A una señal, los hechizos comenzaron a volar de la una a la otra. Uno azul de Papanduja hizo trastabillar a Cascaruja sobre pies de palo. Uno rojo de Cascaruja transformó en goma las manos de Papanduja. Uno verde de Papanduja fue detenido por uno amarillo de Cascaruja. Hechizos vienen, hechizos van, el tiempo iba pasando y no parecía que ninguna fuera a ganar.


Hasta que Cascaruja quedó justo bajo el abeto y, cerrando los ojos y extendiendo los brazos, comenzó a recibir una extraña energía procedente del abeto. Ante los asombrados ojos de todas, Cascaruja estaba a punto de usar la magia navideña, una magia desconocida por las brujas.
Con un gesto de brazos, Cascaruja lanzó toda aquella energía contra Papanduja quien quedó oculta por una brillante luz dorada. Al desvanecerse, en lugar de Papanduja, había una niña que miraba a todos lados con cara de pasmo.
Todas las brujas lanzaron gritos de alegría y corrieron hacia Cascaruja para felicitarla y pedirle que fuera la nueva Jefa Suprema. Cascaruja dio las gracias pero se negó y, tomando de la mano a la pequeña Papanduja, se dirigió a casa donde, juntas, decoraron un precioso árbol, pusieron adornos por toda la casa y prepararon deliciosos dulces navideños. 
Y siguieron haciéndolo durante muchas, muchas, muchas Navidades.








domingo, 13 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

13 de diciembre








Juguetes

Era una tarde lluviosa y Pedrito estaba en casa de sus abuelos. Su abuelo estaba durmiendo una siesta muy larga, la abuela estaba cosiendo frente a la tele, y Pedrito ya se había cansado de leer, y de pintar, y de jugar con su consola. No sabía qué más hacer y se aburría, se aburría y se aburría mirando las gotas de lluvia en la ventana.
La abuela, cansada de oírlo gruñir y quejarse continuamente de la lluvia, le dijo que subiera al desván, que estaba lleno de cosas viejas y que igual encontraba algo con lo que divertirse.
Pedrito no se lo pensó dos veces. Subió corriendo las escaleras recordando todas las cosas que había visto aquella vez que ayudó al abuelo a hacer limpieza en el desván: arcones llenos de ropa antigua, misteriosas cajas cerradas, sillas desvencijadas, animales disecados, figuritas desportilladas, un montón de cosas para revolver…
Y a revolver se puso en cuanto llegó. Abrió arcones y cajas, movió sillas y desordenó ropas y papeles. Y cuando más entretenido estaba… ¡Bum! Un golpe muy fuerte le hizo dar un salto.
El golpe había sonado detrás de las cajas y Pedrito, despacito, se acercó a ver qué era.
Lo que Pedrito encontró tras las cajas fue un montón de juguetes: un camión de madera rojo, un caballo de cartón, una muñeca de trapo, un cochecito de bebé, una peonza, una comba, una pelota amarilla… Los juguetes se veían viejos y estropeados pero eso no le importó a Pedrito que jugó con ellos durante el resto de la lluviosa tarde.



Horas más tarde, camino de casa, Pedrito le contó a su papá lo de los juguetes y su papá le dijo que lo más probable es que fueran de sus abuelos, que seguramente ni recordaban que estaban ahí y que igual les hacía ilusión volver a verlos.
Pedrito, que llevaba varios días pensando en qué podía regalar a sus abuelos para Navidad, tuvo una idea fantástica: reparar aquellos juguetes para ellos. Y le preguntó a su papá si le ayudaría a sacarlos a escondidas de casa de los abuelos y luego a pintarlos y arreglarlos. A su papá le pareció una gran idea y, dicho y hecho, el siguiente día que fueron a ver a los abuelos sacaron los juguetes sin que ellos se enteraran y los llevaron a casa.
Durante días y días Pedrito y su papá trabajaron pintando, cosiendo, atornillando, golpeando y, en fin, arreglando los juguetes y dejándolos tan bonitos como recién comprados. Durante aquellos días, el niño vio en los ojos de su padre un extraño brillo, una pequeña luz que salía de sus ojos, pero pensó que eran imaginaciones suyas y no dijo nada.
El día de Navidad, su papá tenía que trabajar pero antes ayudó a Pedrito a llevar los juguetes a casa de los abuelos.
Cuando los abuelos desempaquetaron los juguetes, sus ojos se llenaron de luz, una sonrisa les llenó la cara y una pequeña y brillante lágrima comenzó a rodar primero, por la mejilla de la abuela y luego, por la mejilla del abuelo.
Y aquellas dos pequeñas lágrimas se fueron haciendo cada vez más brillantes. Tan brillantes que, durante un momento, Pedrito quedó cegado.


El niño no supo qué estaba ocurriendo hasta que el resplandor desapareció y, en lugar de encontrarse con las caras llenas de arrugas de sus abuelos, se encontró con una niña que mecía una muñeca en sus brazos y un niño montado en el caballo de cartón.
Era tanta la felicidad que sus abuelos habían sentido al ver sus antiguos juguetes y era tanta la felicidad que los juguetes habían sentido al estar de nuevo con sus dueños, que se creó una nube de magia lo suficientemente poderosa como para devolverles a la niñez.
Aquella tarde, la casa de sus abuelos estuvo llena de risas, gritos y canciones infantiles. Y la magia duró hasta que llegó la hora de guardar los juguetes. En ese momento, sus abuelos volvieron a ser adultos pero no les importó porque sabían que, cada vez que sacaran aquellos juguetes, la magia volvería a producirse.
Y sus abuelos le dieron las gracias a Pedrito por hacerles el regalo más hermoso de su vida.
Aquel día Pedrito aprendió que todos los juguetes tienen algo de magia. Y que, si miraba en los ojos de los adultos podía ver, allá en el fondo, un niño que lo saludaba con la mano y le sonreía. Y que, con algo de la magia adecuada, como la magia navideña, se podía sacar a esos niños del interior de los adultos.











sábado, 12 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento


12 de diciembre








El dragón Agamenón



En cierta ocasión en que me aburría un montón alguien me contó la historia de un dragón llamado Agamenón. Un dragón gruñón, tragón y fanfarrón. Un dragón gordinflas al que volar le costaba un montón.

Agamenón, el dragón, vivía en una cueva situada en una gran montaña que está cerca, muy cerca, demasiado cerca, del Bosque Más o Menos Encantado en el cual vivían varias hadas, siete docenas de duendes, unos cuantos elfos, tres o cuatro brujas, un montón de gnomos, algún mago despistado, cinco o seis sapos hechizados, un par de lobos casi feroces, una abuela tarambana y su nieta Mariana, varias princesas con sus respectivos príncipes y sus respectivos padres y sus respectivas madres y sus séquitos y sus cortes y... bueno, con toda esa gente que acompaña a las princesas. Vivían, además, unas seis decenas de enanos, tres gigantes, cuatro ogros, una o dos familias de osos (formadas cada una por papá oso, mamá osa y un pequeño osezno más -inexplicablemente- una pequeña niña rubia de cabello rizado). Vamos, que el Bosque Más o Menos Encantado, estaba superpoblado.

Tanta, pero tantísima gente... Quiero decir, personas... Esto... Tantos, tantísimos seres habitaban en aquel bosque que, en ocasiones, el ruido se volvía insoportablemente insoportable. Sobre todo cuando los habitantes del Bosque Más o Menos Encantado celebraban alguna fiesta. Y os puedo asegurar que se celebraban unas cuantas a lo largo del año. Entonces no había quien soportara el alboroto y la algarabía que allá se montaba. 


El pobre Agamenón, que sufría de migrañas, lo pasaba fatal. El dragón gruñía y se enfadaba. Pataleab, protestaba y a gritos les pedía que callaran. Pero, no sé si por chincharlo o por casualidad, cuanto más se enfadaba Agamenón, más ruido hacían los habitantes del bosque. 

Cuando el enfado del dragón llegaba a su punto máximo lanzaba un rugido furioso y, con esfuerzo, lograba levantar su enorme panza del suelo y remontaba el vuelo mientras escupía fuego sobre el bosque. Pero como tenía muy mala puntería nunca lograba quemar ni medio arbolito. Así que los habitantes del Bosque Más o Menos Encantado seguían haciendo ruido y celebrando fiestas estridentes. Y a Agamenón no le quedaba más remedio que meterse en lo más profundo de su cueva para intentar librarse de la música, de las voces, de los petardos y, en fin, de todos los ruidos que tales festejos provocan.

Pero la peor época de todas, para el dragón, era la Navidad. Agamenón lo pasaba realmente mal con tantísimas fiestas, una detrás de la otra, casi sin descanso durante tantísimos días. Cada año, cuando veía cómo el hada Muérdago se preparaba para esparcir la magia navideña por todo el mundo, Agamenón soñaba con que se le perdiera la cajita donde la guardaba y así poder librarse de la fiesta que más dolores de cabeza le provocaba. Pero eso nunca ocurría porque el hada Muérdago era demasiado sensata y responsable, y la tenía a muy buen recaudo...


Hasta cierto año en que aquella cajita, misteriosamente, desapareció. El hada Muérdago recorrió todo el bosque intentando encontrarla pero nadie sabía qué había sido de ella. Claro que a Muérdago no se le ocurrió ir hasta la montaña y preguntarle a cierto dragón gruñón, tragón y fanfarrón. Porque si lo hubiera hecho... Bueno, si lo hubiera hecho Agamenón le habría dicho que no sabía nada de la dichosa cajita y que lo dejara en paz y que no fuera pesada, y que hay qué ver que menudos vecinos tenía que no dejaban de molestarle y que bla, bla, bla y más bla y requeteblá.


Pero os voy a contar un secreto y espero que no se lo contéis a nadie porque si el dragón Agamenón se entera.... ufffff.... si se entera...

Acercaos un poco que no nos oiga nadie. Pues, veréis, resulta que, esa Navidad, el dragón no tuvo ni una migraña, ni tan siquiera una pequeñita; no señoritas, señoritos y demás bichitos. Y es que, cuando Agamenón abrió aquella cajita, toda la magia de la Navidad cayó sobre él y, aunque no llegó al extremo de unirse a los habitantes del Bosque Más o Menos Encantado (Agamenón, en el fondo, era muy tímido), sí que disfrutó, por vez primera, de las fiestas. Y había que ver al gordinflón con las alas engalanadas con espumillón y bolas y estrellitas y acebo y muérdago y cualquier adorno navideño que encontró por ahí. Hasta un arbolito lleno de lucecitas llegó a poner en su cueva. 

Sí, señoritas, señoritos y demás bichitos, aquel año, gracias a su malvado robo, Agamenón se lo pasó en grande en Navidad y, a partir de entonces, no volvió a gruñir ni a quejarse ni a sufrir migrañas durante esas fiestas. Y hasta, incluso, llegó a confesarle a Muérdago lo que había hecho y a pedirle disculpas. 

Pero recordad que esto es un gran, gran secreto. Shhhhh.... que no se entere nadie. Y, sobre todo, que no se entere Agamenón, el dragón gruñón, tragón y fanfarrón porque si se entera de que lo he contado... Uffff.... si se entera...