domingo, 13 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

13 de diciembre








Juguetes

Era una tarde lluviosa y Pedrito estaba en casa de sus abuelos. Su abuelo estaba durmiendo una siesta muy larga, la abuela estaba cosiendo frente a la tele, y Pedrito ya se había cansado de leer, y de pintar, y de jugar con su consola. No sabía qué más hacer y se aburría, se aburría y se aburría mirando las gotas de lluvia en la ventana.
La abuela, cansada de oírlo gruñir y quejarse continuamente de la lluvia, le dijo que subiera al desván, que estaba lleno de cosas viejas y que igual encontraba algo con lo que divertirse.
Pedrito no se lo pensó dos veces. Subió corriendo las escaleras recordando todas las cosas que había visto aquella vez que ayudó al abuelo a hacer limpieza en el desván: arcones llenos de ropa antigua, misteriosas cajas cerradas, sillas desvencijadas, animales disecados, figuritas desportilladas, un montón de cosas para revolver…
Y a revolver se puso en cuanto llegó. Abrió arcones y cajas, movió sillas y desordenó ropas y papeles. Y cuando más entretenido estaba… ¡Bum! Un golpe muy fuerte le hizo dar un salto.
El golpe había sonado detrás de las cajas y Pedrito, despacito, se acercó a ver qué era.
Lo que Pedrito encontró tras las cajas fue un montón de juguetes: un camión de madera rojo, un caballo de cartón, una muñeca de trapo, un cochecito de bebé, una peonza, una comba, una pelota amarilla… Los juguetes se veían viejos y estropeados pero eso no le importó a Pedrito que jugó con ellos durante el resto de la lluviosa tarde.



Horas más tarde, camino de casa, Pedrito le contó a su papá lo de los juguetes y su papá le dijo que lo más probable es que fueran de sus abuelos, que seguramente ni recordaban que estaban ahí y que igual les hacía ilusión volver a verlos.
Pedrito, que llevaba varios días pensando en qué podía regalar a sus abuelos para Navidad, tuvo una idea fantástica: reparar aquellos juguetes para ellos. Y le preguntó a su papá si le ayudaría a sacarlos a escondidas de casa de los abuelos y luego a pintarlos y arreglarlos. A su papá le pareció una gran idea y, dicho y hecho, el siguiente día que fueron a ver a los abuelos sacaron los juguetes sin que ellos se enteraran y los llevaron a casa.
Durante días y días Pedrito y su papá trabajaron pintando, cosiendo, atornillando, golpeando y, en fin, arreglando los juguetes y dejándolos tan bonitos como recién comprados. Durante aquellos días, el niño vio en los ojos de su padre un extraño brillo, una pequeña luz que salía de sus ojos, pero pensó que eran imaginaciones suyas y no dijo nada.
El día de Navidad, su papá tenía que trabajar pero antes ayudó a Pedrito a llevar los juguetes a casa de los abuelos.
Cuando los abuelos desempaquetaron los juguetes, sus ojos se llenaron de luz, una sonrisa les llenó la cara y una pequeña y brillante lágrima comenzó a rodar primero, por la mejilla de la abuela y luego, por la mejilla del abuelo.
Y aquellas dos pequeñas lágrimas se fueron haciendo cada vez más brillantes. Tan brillantes que, durante un momento, Pedrito quedó cegado.


El niño no supo qué estaba ocurriendo hasta que el resplandor desapareció y, en lugar de encontrarse con las caras llenas de arrugas de sus abuelos, se encontró con una niña que mecía una muñeca en sus brazos y un niño montado en el caballo de cartón.
Era tanta la felicidad que sus abuelos habían sentido al ver sus antiguos juguetes y era tanta la felicidad que los juguetes habían sentido al estar de nuevo con sus dueños, que se creó una nube de magia lo suficientemente poderosa como para devolverles a la niñez.
Aquella tarde, la casa de sus abuelos estuvo llena de risas, gritos y canciones infantiles. Y la magia duró hasta que llegó la hora de guardar los juguetes. En ese momento, sus abuelos volvieron a ser adultos pero no les importó porque sabían que, cada vez que sacaran aquellos juguetes, la magia volvería a producirse.
Y sus abuelos le dieron las gracias a Pedrito por hacerles el regalo más hermoso de su vida.
Aquel día Pedrito aprendió que todos los juguetes tienen algo de magia. Y que, si miraba en los ojos de los adultos podía ver, allá en el fondo, un niño que lo saludaba con la mano y le sonreía. Y que, con algo de la magia adecuada, como la magia navideña, se podía sacar a esos niños del interior de los adultos.











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