jueves, 22 de octubre de 2020

EL HADA HELADA II

 

Bien, bien, bien. Aquí estamos otra vez dispuestos a seguir con esta historia que me contó quien sabe, quien puede y quien quiso. 

Decíamos hace nada que, tras atravesar una argentada y argentina bruma y estornudar una docena de veces, nos encontramos, por fin, en el maravilloso, portentoso y hermoso país de Fantilusia. Cuando llegas a este país tienes la curiosa y simultánea sensación de estar en un lugar completamente desconocido y tremendamente familiar; es normal, a este país acudimos todos -absolutamente todos- cada vez que soñamos ya sea dormidos o despiertos, y cada vez que imaginamos alguna historia, y cada vez que nos sumergimos en la lectura de algún relato, y cada vez que nos cuentan un hermoso cuento... En fin, accedemos a Fantagia con nuestra fantasía cada vez que algo aviva y activa nuestra imaginación, por eso nos resulta tan familiar aunque nunca lo hayamos pisado con nuestros pies. 

El país es extenso, muy extenso, tan extenso como tu mente, tan amplio como tu ingenio, tan vasto como tu capacidad de crear. Todo cuanto puedas imaginar, todo cuanto otros puedan imaginar está aquí y cada vez que alguien usa su imaginación, Magosia crece.  

En el extremo norte del Fantilusia, justo ahí, según se entra, a la derecha, hay un gran Bosque. No un bosque de esos domesticados donde vas de picnic o a coger setas, no, es un gran, gran Bosque, un Bosque así, con mayúsculas, un Bosque con árboles milenarios, con senderos sombríos, con claros escondidos, con lugares oscuros. Es un Bosque lleno de susurros de plantas y ajetreo de animales. 

En este bosque no hay nada verde, ni verde claro, ni verde oscuro ni verde botella ni verde azulado ni ningún tipo de verde, no, en este bosque todo es de color rojizo, anaranjado, marrón, ocre, amarillo, púrpura... los cálidos colores del otoño. El Bosque huele a lluvia, a castañas, a hojas secas, a manzanas, a brasero, a viento y a frío. En fin, el Bosque huele a otoño porque en él siempre es otoño. 

Y justo en el centro del Bosque hay un claro. Un gran claro. Y en el centro del claro hay un árbol. Un gran árbol. 

Un árbol muy alto, altísimo, tan alto como el rascacielos más alto, tan alto que es imposible ver su copa a menos que fueras un pájaro y pudieras volar hasta ella. Y grueso, muy grueso, tan grueso que era imposible abarcarlo con los dos brazos, ni con los dos brazos de cien hombres, ni con los de doscientos... Es un árbol tan grueso que abarca tanto como dos castillos juntos. 

En el duro tronco de este prodigioso árbol se abre una descomunal y hermosa puerta primorosamente adornada con grabados de hojas, tallos entrelazados y frutos otoñales (castañas, avellanas, nueces...), todo ello trabajado con tanta delicadeza que podrías pasarte horas y horas contemplándolo. 

Hay ventanas a docenas, a cientos casi. Ventanas grandes. Ventanas pequeñas. Tragaluces, ventanucos, ventanales, vidrieras, miradores, balconadas. Unas abiertas de par en par, otras cerradas a cal y canto. Unas muy altas y otras muy bajas. En fin, ventanas de todos los tipos, tamaños y gustos, como si quien viviera dentro necesitara sentirse en contacto con el exterior. Porque sí, en este enorme árbol en el centro de este enorme claro que se encuentra justo en el centro de este enorme Bosque vive alguien, alguien importante, alguien poderoso. 

Aquí vive la Gran Señora del Bosque Dorado. También llamada Reina Otoñal o Bruja del Otoño. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

 Pilar, la osa polar, ha salido a patinar, con su patinete nuevo.