Ilustraciones de Eliz Segoviano.
CAPÍTULO QUINTO
Al cabo de un rato Ayla se percató de que el camino la llevaba directamente hacia un bosque de aspecto sombrío, que parecía esconder en su interior cosas bastante desagradables.
-¿No se podría rodear ese bosque en lugar de atravesarlo? -preguntó Ayla al Aire.
-No -respondió el Aire en su oído derecho.
-¿Y hay cosas muy feas ahí dentro? -volvió a preguntar Ayla al Aire.
-Sí -volvió a contestar el Aire en su oído izquierdo.
-No me vas a contar nada más, ¿verdad? -dijo Ayla un poco molesta.
-Verdad -respondió el Aire revolviendo el pelo de Ayla y dando por concluida la conversación.
El bosque se encontraba ya a pocos metros y cada vez que Ayla pensaba en la clase de monstruos y bestias que podía encontrar en aquel lugar tan oscuro y frío, le flojeaban las piernas. El miedo quiso obligarla a correr en sentido contrario pero, antes de que tuviera tiempo de conseguirlo, Ayla se encontró rodeada por los enormes y centenarios árboles del tenebroso bosque.
La niña se obligó a ir con cuidado, a vigilar cada sombra, a sospechar de cada ruido, aunque lo que de verdad le apetecía era hacer caso al miedo y salir corriendo a la máxima velocidad que pudieran sus piernas. Cualquier pequeño crujido la hacía saltar y cualquier minúsculo movimiento la hacía detenerse con el corazón a punto de escapar por su garganta.
De improviso algo pasó a toda velocidad junto a Ayla. Ese mismo algo, sin detenerse, le tocó el brazo y ese mismo, mismísimo algo, emitió un sonido parecido a: “¡Tuuuuvaaaashhhhh!”, o algo por el estilo. Ayla se giró en la dirección hacia la que la cosa había corrido pero no vio nada. El silencio y la quietud volvieron al bosque y Ayla siguió su camino con más cautela que antes.
Y entonces volvió a ocurrir: la misteriosa sombra pasó a su lado tan velozmente que lo único que pudo ver fue un montón de hojas que volaban en todas direcciones, y la misma voz de antes volvió a lanzar aquel extraño: “¡Tuuuuvaaaaaaaaaashhhhh!”. Volvió Ayla a girarse para intentar averiguar qué cosa monstruosa era esa que la acosaba, pero tampoco esta vez vio nada más que las hojas y ramitas que salían despedidas en todas direcciones al paso de “aquello”.
Ayla estaba cada vez más asustada. ¿Qué era esa cosa? ¿Era animal, vegetal o mineral? ¿Por qué la acosaba de aquella manera tan extraña? Se quedó quieta y esperó que aquello volviera a aparecer, pero tras unos minutos de espera sin que regresara, decidió seguir adelante.
Y entonces, cuando menos se lo esperaba, volvió a ocurrir.
Una ráfaga de aire, un toque en el hombro y aquel curioso alarido: “¡Tuuuuuvaaaaash!”
Ayla se dio la vuelta rápidamente y se quedó sentada -una vez más- en el suelo del susto que se llevó al encontrarse frente a un canguro con una ridícula pajarita de color rojo brillante que, cruzado de brazos, le espetaba:
-Bueno. ¿Qué? ¿Juegas o no juegas?
-¿Qué? ¿Cómo? -preguntó Ayla dando muestras de su gran inteligencia y sin poder apartar la vista de la llamativa pajarita mientras se ponía en pie.
-¡Que si juegas o no juegas! -repitió el canguro con los brazos en jarras.
Ayla no entendía nada. Hacía un momento estaba convencida de que la atacaba algún monstruo sanguinario, y ahora un canguro con una pajarita la mar de fea le preguntaba no sé qué sobre jugar. Tanta caída le debía de estar afectando al cerebro... aunque los golpes los estaba recibiendo en el lugar opuesto.
-Yo creía que este bosque estaba lleno de monstruos -dijo Ayla mientras frotaba su dolorido trasero.
-¿Monstruos? ¿Quieres decir como ese de ahí atrás? -respondió el canguro señalando algo que se encontraba a la espalda de Ayla, quien, lentamente, se giró para toparse con una gran cara azul que la miraba fijamente con cuatro ojos verdes (los de arriba mucho más grandes y verdes que los de abajo), una bocaza llena de dientes afilados y una enorme lengua babeante.
Ayla dio un salto hacia atrás y en ese momento el monstruo decidió abrir la enorme bocaza y gritar:
-¡Tuuuuuuuvaaaaaaaaaaaash! -al tiempo que le daba un golpe que -y esto es algo totalmente nuevo- envió a Ayla otra vez al suelo.
La niña, desde donde estaba sentada, miró al bicho con la boca abierta. Era enorme, era feo, era peludo, era todo brazos y piernas y garras y dientes, también usaba pajarita... y debía de ser el peor monstruo que nadie pueda imaginarse porque, más que miedo, daba risa.
-¿Qué es eso que grita? -preguntó Ayla al malhumorado canguro.
-Ya te dije yo que esta chica es tonta, Charlie -dijo el canguro al babeante monstruo.
-No soy tonta, bueno, al menos antes no era tonta y no creo que me haya vuelto tonta de repente, vamos, creo yo, es sólo que no entiendo lo que dice ese... ese... ese bicho.
-Charlie no es un bicho -replicó el canguro con pajarita-, es... es... bueno, no sé lo que es pero no es un bicho, niña tonta.
-Vale, no es un bicho, pero sigo sin entender lo que ha dicho.
-Pues está bien claro, ha dicho que tú la llevas.
-¿Que la llevo? ¿Qué llevo? -y Ayla se miró por todos lados buscando eso que se suponía que llevaba.
El canguro puso los ojos en blanco y preguntó:
-¿Pero es que nunca has jugado a “Tú la llevas”?
-¡Aaaaaaah! -dijo Ayla- ¡Te refieres a eso!
-Sí, a eso me refiero.
-Vale, pues no la llevo.
-Sí que la llevas. Yo vi como Charlie te la pasaba hace un rato.
-Pero yo no quiero llevarla, no tengo tiempo para llevarla.
-Pues pásala.
-Muy bien. Tú la llevas -dijo Ayla al tiempo que daba un golpecito en el hombro del canguro y se ponía nuevamente en marcha.