Adrinada era el hada más triste de todas las hadas que habitan en el bosque.
Y os preguntaréis todos -o al menos alguno- por qué Adrinada estaba tan triste, y yo os responderé a todos -o al menos a algunos- que Adrinada estaba tan tristísima porque, aunque el bosque estaba repletísimo de hadas, no tenía amigas, ni una, ni media, ni un cuarto... nada.
¿Por qué? -preguntaréis alguno que otro- ¿Es que era un hada antipática? No, para nada. ¿Es que acaso era mandona? No, en absoluto. ¿Era, tal vez, gruñona, presumida, egoísta, malhumorada, maleducada, mal... lo que sea? Pues no, no, no y no, ninguna de esas cosas. ¿Entonces? -preguntaréis los más preguntones- ¿Por qué Adrinada no tenía amigas? Y yo responderé -a los preguntones, a los otros no-: porque era diferente. ¿Sólo por eso? -volverán a preguntar los preguntones- Sí, sólo porque era más grande que las demás, y bastante más torpe también. Sólo porque no era tan guapa, ni tenía el pelo tan brillante y sus alas no tenía tantísimos colores como las de sus compañeras.
- Adrinada, pies de pato, cara de rana. -se reía el hada Agraciada.
-¡No es que tengas las alas pequeñas es que tú eres muuuuy grande! -decía el hada Monada.
-¡Eres tan vulgar! ¡Tan rara! ¡Tan... Adrinada! -se burlaba el hada Almibarada.
Y así todas las hadas, a todas horas, todos los días...
Al otro lado del bosque vivía Adrinuja, la bruja más triste de todas las brujas del bosque, que tenía la misma cantidad de amigas que Adrinada: cero patatero limonero porque, como Adrinada, Adrinuja era bastante diferente de sus compañeras: no era tan horrorosa como la mayoría de las brujas, casi no tenía verrugas, y no disfrutaba tanto como las otras haciendo trastadas por aquí, por allá, por acá y por acullá.
-¡Una bruja sin verruga, qué cosa tan horrorosa! -se reía la bruja Maruja.
-¡Y lleva flores en el sombrero! -decía la bruja Piruja.
-¡Es tan delicada! ¡Tan rara! ¡Tan... Adrinuja! -se burlaba la bruja Carduja.
Cierto día que las brujas andaban de excursión se encontraron con la pobre Adrinada que, triste y cabizbaja, paseaba solitaria por el bosque. Como se aburrían y eran brujas muy brujas, decidieron molestarla.
-¡Hey, mirad! -dijo la bruja Garduja- ¡Un hada remilgada!
-¿Quién quiere un poco de polvo de hada? -reía la bruja Maruja agitando las alas de Adrinada.
Las demás brujas, rodeando a Adrinada, se reían y se burlaban de la pobre hada que no sabía dónde esconderse ni cómo escapar. ¡Pobre Adrinada, la molestaban las hadas y la incordiaban las brujas!
Adrinuja miraba todo sin decir nada. Y se fue enfadando, enfadando, enfadando hasta que, harta de tanta tontería, se enfrentó a la cabecilla:
-¡Ya basta! ¡Dejad a esa pobre hada en paz! -gritó Adrinuja.
Y, con tres pases mágicos, la transformó en libélula y las demás -sorprendidas y asustadas- salieron huyendo.
Adrinada se sintió muy agradecida pero como aún estaba muy asustada y Adrinuja era una bruja, salió corriendo.
Al día siguiente, arrepentida, Adrinada preparó una gran tarta de fresas con chocolate, se fue al bosque y buscó a Adrinuja para regalársela. En la tarta ponía:
- ¡GRACIAS!
Adrinada le entregó la tarta a Adrinuja. Sonrió y salió corriendo.
Adrinuja se quedó con la boca abierta, parada, con la tarta en las manos y, al mirarla, se sintió muy feliz sin saber por qué.
La mañana después fue Adrinuja quien buscó a Adrinada para devolverle la bandeja de la tarta pero tampoco ella se atrevió a quedarse.
Dos días después Adrinuja buscó a Adrinada y Adrinada buscó a Adrinuja y, cuando se encontraron, comenzaron a charlar de esto, de aquello, de lo de más allá y de lo de más acá.
Sentadas entre los árboles andantes que se paseaban justo al borde del bosque, Adrinada le contó a Adrinuja lo rara que se sentía entre las demás hadas, como se reían de ella, que nunca había tenido amigas...
Adrinuja, apartando a un pequeño árbol que tenía ganas de jugar, escuchó atentamente al hada y luego le contó su vida entre las demás brujas que venía a ser -más o menos- como la de Adrinada.
Cuando terminaron de hablar ya era casi de noche y tenían que volver a casa.
-¿Nos vemos mañana? -dijo Adrinuja con una sonrisa.
-¡Vale! -respondió Adrinada muy contenta.
Al día siguiente se vieron junto al río Cantarín y charlaron, jugaron, cantaron y bailaron la canción del río y volvieron a charlar.
Y así fueron viéndose un día sí y el otro también. Un día en el claro de las flores parlanchinas, otro jugando con los duendes saltarines, algunos visitando a los dragones grandones y así, día a día, poquito a poquito, casi sin darse cuenta, Adrinuja y Adrinada se hicieron grandes amigas.
Pero ocurrió que el resto de hadas y brujas se enteraron de esta amistad. Y ocurrió que no les gustó nada ni a las brujas ni a las hadas. Y ocurrió que se lo contaron todo a sus reinas. Y la Admirada, la reina de las hadas y Albiruja, la reina de las brujas, se reunieron, discutieron y decidieron llamar a las dos amigas.
-¡Que traigan a Adrinada! -dijo la reina de las hadas.
-¡Que traigan a Adrinuja! -dijo la reina de las brujas.
Adrinada y Adrinuja, de pie frente a sus reinas, se daban la mano y miraban asustadas a todos lados.
Las brujas y hadas que las habían delatado, sonreían y cuchicheaban satisfechas.
-Nos han dicho -dijo Admirada, la reina de las hadas- que últimamente pasáis mucho tiempo juntas.
-Nos han contado -dijo Albiruja, la reina de las brujas- que os habéis hecho amigas... muy amigas.
-Hemos hablado mucho sobre esto que nos han contado... -dijo Admirada.
-Y pensamos que es maravilloso que seáis tan amigas -dijo Albiruja sonriendo-. Tan amigas como Admirada y yo.
Hadas y brujas abrieron los ojos como platos y abrieron las bocas todo lo que se puede abrir una boca.
-Lo que no nos gusta nada... -continuó Albiruja.
-Son las brujas y hadas chivatas -terminó Admirada-. Y es por eso que, a partir de hoy, y durante un mes estáis todas castigadas sin postre, sin chuches, sin cosas ricas y sin magia ninguna.
Adrinada y Adrinuja pasaron la tarde tomando té de violetas con las reinas. Se sentían felices.
Sus compañeras no tanto.
A partir de ese momento, la brujita y la hadita, se hicieron inseparables y no volvieron a sentirse solas.
Sus compañeras siguieron siendo tan tremebundamente tontas como siempre pero ya no les importaba porque ellas se querían tal y como eran: tan raras, tan diferentes, tan... ellas.