sábado, 29 de junio de 2013

Vayacalor y Menudalluvia


En el país de Vayacalor siempre, siempre, lucía el sol. Los habitantes de este pequeño país sólo conocían la lluvia y el frío por lo que contaban en la televisión y por los viajes que algunos hacían al vecino país de Menudalluvia... y estaban hartos de sol, hartos de calor,  hartos de que el tiempo no cambiara nunca.
En el país de Menudalluvia, en cambio, el cielo siempre era gris y llovía a diario: antes de desayunar, entre el almuerzo y la comida, después de la merienda y a la hora de cenar. Los habitantes de este país sólo conocían el sol por lo que contaban en la televisión y por los viajes que algunos hacían al vecino país de Vayacalor... y estaban hartos de nubes, hartos de lluvia, hartos de que el tiempo no cambiara nunca.

Cierto día los habitantes de Vayacalor decidieron reunirse para buscar una solución al asunto del clima y, durante varios días, estuvieron pensando sin parar. Cuando ya estaban a punto de rendirse, a alguien se le ocurrió proponer a los habitantes de Menudalluvia un cambio de países. A
otro alguien le pareció una idea genial y se lo contó a alguien más. Y de alguien en alguien, la idea corrió por todo el país, cruzó la frontera y llegó al país de Menudalluvia donde sus habitantes también estaban reunidos buscando una solución al asunto del clima. A todos les parecía una idea tan fantástica enseguida se pusieron de acuerdo y, sin más, decidieron intercambiarse los países. Así que, en un pispas, los habitantes de Vayacalor se mudaron a Menudalluvia y los de Menudalluvia se fueron a Vayacalor y todos tan contentos.

Pero ocurrió que, pasado un tiempo, los antiguos habitantes de Menudalluvia estaban hartos del sol y los antiguos habitantes de Vayacalor estaban hartos de la lluvia... y todo comenzó de nuevo: se hizo otra reunión, se tuvo la misma idea y, en pocos días, se habían vuelto a mudar todos otra vez... Y así estuvieron durante un tiempo yendo de un país al otro, y del otro al uno, sin estar nunca contentos del todo.

Entonces, otro cierto día, se le ocurrió a alguien -un alguien pequeñito porque estas cosas, no sé por qué, siempre se le ocurren a alguien pequeñito- que quizás, tal vez, posiblemente, lo mejor sería que los habitantes de Vayacalor hablaran con el sol y le pidieran que, durante unos meses al año, se fuera de vacaciones a Menudalluvia y que los habitantes de Menudalluvia hablaran con la lluvia y le pidieran que, durante unos meses, se fuera de vacaciones a Vayacalor.
Y ese mismo alguien pequeñito de Vayacalor fue a hablar con el sol.
Y otro alguien pequeñito de Menudalluvia fue a hablar con la lluvia.
Y tanto el sol como la lluvia se mostraron, más que encantados, encantadísimos porque ellos también se aburrían de ver todo el año las mismas caras y las mismas casas.

Desde entonces los habitantes de Vayacalor y Menudalluvia no han vuelto a quejarse. El único problema era que, con tanto cambio, ya no estaban seguros de en qué país vivían... pero esa historia mejor la dejamos para otro cuento.

sábado, 22 de junio de 2013

Corazones mágicos

Este cuento de hoy va dedicado a Oliver Herrero, fundador del blog Con un poco de ti y fallecido hace escasos días. Hace un tiempo creó una pequeña antología de cuentos sobre la leucemia(Te puede pasar a ti) cuyos beneficios han ido a la Fundación Josep Carreras en la que tuve el privilegio de participar con mi cuento Pedrito Pablito y el cuento que hoy os dejo iba a formar parte de otra antología (también creada por él) de cuentos para concienciar sobre la importancia de la donación de órganos. No sé si seguirá adelante o no pero, de momento, y siguiendo el ejemplo de Eliz Segoviano, lo dejo aquí para añadir mi pequeño granito de arena a su lucha y como pequeño homenaje a un luchador...


 

En un lugar muy lejano que no sé dónde está, al que nadie sabe cómo ir, que no he encontrado en ningún mapa y del que nadie conoce el nombre, vivían una bruja generosa y un hada egoísta.
Brubruja Pituja, la bruja, se pasaba todo el día ayudando a los demás, buscando hierbas para hacer sus pociones medicinales, cuidando a los animales de las granjas, haciendo compañía a los más ancianos, jugando con los más pequeños... Brubruja Pituja, era tan buena y generosa que casi no parecía una bruja.
En cambio, Fruta Escarchada, el hada, no se preocupaba de nadie que no fuera ella misma y estaba todo el día revoloteando de acá para allá, de allá para acá, de abajo para arriba y de arriba para abajo, poniéndose flores en el pelo, mirándose en los arroyos, en las charcas y hasta en las gotas de agua y preguntando a todo el que se encontraba:
-¿Verdad que soy muy guapa? ¿Verdad que soy preciosa? ¿Verdad que soy una monada de hada? 

Brubruja Pituja, la bruja, y Fruta Escarchada, el hada, no se llevaban demasiado bien. Tampoco es que se llevaran demasiado mal. Más bien no se llevaban de ninguna de las maneras. Brubruja Pituja pensaba que Fruta Escarchada era muy pesada, un poco atontada y bastante alocada. Y Fruta Escarchada pensaba que Brubruja Pituja era... era... era... bueno, la verdad es que no pensaba nada porque Fruta Escarchada no solía pensar en nadie que no fuera ella.
Y así vivían, cada una dedicada a sus cosas, sin molestarse, sin estorbarse y casi sin saludarse porque Fruta Escarchada estaba siempre tan concentrada en ella misma que la mayor parte de las veces ni se enteraba de que alguien pasaba a su lado. Pero un día -no recuerdo de qué mes ni en qué año- Fruta Escarchada comenzó a sentirse enferma, muy enferma, y perdió las ganas de revolotear en busca de flores para adornar su pelo, ya no quería revolotear presumiendo de lo guapa que era, no le apetecía mirar su reflejo en las gotas de rocío, dejó de salir de casa y hasta se olvidó de comer. 



El médico -que fue a visitarla por orden de la Reina de las Hadas- la observó muy bien observada, le hizo todas las pruebas que se podían hacer, le dejó unas pocas medicinas y voló rumbo a palacio para comunicar a la reina su diagnóstico: los corazones mágicos de Fruta Escarchada estaban tan débiles que apenas podían bombear la magia que el hada necesitaba para vivir.
-¿Y qué podemos hacer para ayudar a Fruta Escarchada? -preguntó la reina preocupada.
-Nada, majestad, a menos que alguien esté dispuesto a darle uno de sus corazones mágicos -respondió el hada médico.
Al poco tiempo todo el mundo conocía la enfermedad de Fruta Escarchada y todos  conocían la solución, pero ni una sola de las hadas ofreció uno de sus corazones mágicos para curarla.
-A mí me gustaría -decía Caramelo Ácido- pero me da mucho miedo.
-Yo lo haría -comentaba Helado de Vainilla- pero es que soy muy grande y necesito mis dos corazones.


-Supongo que podría darle uno -explicaba Piruleta de Fresa- pero ¿por qué tengo que ser yo? Ya lo hará alguna otra.
Y todas encontraban alguna excusa para no ayudar a Fruta Escarchada.
Pero pasó que un hada se lo contó a un duende, y el duende se lo contó a una ardilla, y la ardilla se lo contó a un gorrión y el gorrión se lo contó a Brubruja Pituja quien marchó inmediatamente a hablar con la Reina de las Hadas y con el hada médico:
-Las brujas -dijo Brubruja Pituja- también tenemos dos corazones mágicos y yo quiero dar uno de los míos a Fruta Escarchada.
-¿Por qué quieres hacer eso? -preguntó la reina muy sorprendida- Fruta Escarchada nunca ha sido amable, ni tú eres hada y ni siquiera sois amigas.
-Yo tengo dos corazones mágicos, con uno puedo vivir estupendamente, Fruta Escarchada necesita uno y yo se lo doy. Ayudo a quien lo necesita, me da igual si son amigos o no, si son amables o no, si son de mi familia o no. Me gusta regalar y dar, es bonito y hace que me sienta bien.

Las hadas que por allí andaban -incluida la reina- se sintieron muy avergonzadas de su egoísmo y entonces todas quisieron dar uno de sus corazones a Fruta Escarchada pero, tras hacer pruebas a todas ellas, resultó que los únicos corazones que servían eran los de Brubruja Pituja.
La operación se realizó inmediatamente y Fruta Escarchada comenzó a recuperarse. Despacito, poquito a poquito, fue recuperando el color y la risa, el apetito y las ganas de salir.
A partir de entonces Fruta Escarchada fue un poco menos egoísta y un poco más generosa. Seguía, eso sí, revoloteando en busca de flores para su pelo y mirando siempre su reflejo en arroyuelos, charcas y gotas de rocío pero ahora prestaba mucha más atención a los demás y un poquito menos a sí misma.
Y en aquel país lejano, que no sé dónde está, al que nadie sabe cómo ir, que no he encontrado en ningún mapa y del que nadie conoce el nombre, gracias a esta historia, todos sabían que si alguien necesitaba algo siempre encontraría a quien se lo diera con una enorme sonrisa porque los corazones mágicos de aquel país se habían vuelto aún mucho más mágicos gracias a la generosidad de Brubruja Pituja.

 



sábado, 15 de junio de 2013

(Concurso CuentosVeo) La nuez de Vainilla


La ardilla Vainilla una nuez empujaba. Un paso, dos pasos, ya casi estaba.
Pero tropezó y la nuez.... ¡PATAPLAF, PATAPLOF! Hasta el suelo cayó.
Vainilla, la ardilla, tras la nuez corrió. Miró, olisqueó, giró, y en una topera colarse la vio.
La ardilla Vainilla en la topera tras la nuez entró.
-¡Buenos días, señor topo!
-¡Buenas! -contestó él y justo en ese momento en su cabeza rebotó la nuez y del agujero salió.
Vainilla, preocupada, tras ella corrió y la nuez, rueda que rueda, en el río hizo ¡CHOFF!

Una trucha flacucha que por allí pasaba, abrió la bocaza para bostezar y se la tragó.
La pobre trucha casi se ahoga pero un esturión que todo lo vio, le soltó un sopapo y la nuez volando salió.
La nuez subió alto, muy alto, tan alto llegó que le dio a un azor que cazaba un ratón y lo derribó.
-¡Gracias! -dijo el ratón a Vainilla.
-¡De nada! -Vainilla respondió, y siguió tras la nuez que rodando, rodando, hasta el pie de un árbol llegó.
-¡Ya eres mía! -gritó.


Pero entonces llegó un tejón y la nuez se zampó.
La pobre Vainilla se sentó agotada. ¡Tantísimo trabajo para nada!
Y en ese momento ¡CATACLOC!, sobre su cabeza una nuez cayó y al cabo de un rato, cayeron otras dos.
-¿Qué es eso? -dijo Vainilla- ¿Qué es lo que veo? -la ardilla exclamó.
¡Qué maravilla! ¡Aquel enorme árbol era un nogal!
Vainilla por él trepó, un montón de nueces zampó y tanto le gustó que allí a vivir se quedó... ¡CHIMPÓN!
 

viernes, 7 de junio de 2013

Mi mamá es una bruja



Mi mamá es bruja. Una bruja sin arrugas, sin narizota y con botas, pero bruja, bruja, requetebruja.
Mi mamá tiene un enorme sombrero puntiagudo, pero no lo usa porque dice que le queda fatal y que para volar en escoba mejor usar casco, por si los coscorrones y tal.
En la cocina, junto al microondas, guarda una olla muy gorda donde prepara pociones con ojos de escorpiones y alas de mosquito, y una sopa muy rica cuando estoy malito.
Mi mamá es bruja rebruja, una bruja de las de verdad verdadera,


Eso les dije hoy a mis amigos y ninguno se sorprendió.
Adriana dijo:
-¡Vaya cosa! Mi mamá también es bruja y todas las noches asusta a los monstruos que se esconden en mi armario.
Mario dijo:
-¡Bah!  Mi mamá me cura todas, pero todas las heridas con un beso.
Lucía dijo:
-Mi mamá, en un pispas, transforma papeles en muñecas.
Daniel dijo:
-Pues la mía sabe cómo encontrar todo, absolutamente todo, lo que se pierde.

Yo bufé y rebufé. Eso no podía ser:
-¡Que no, que mi mamá es bruja pituja y rebruja, con varita y gato granuja!
Pero mis amigos seguían dale que dale, que si mi mamá hace esto, que si mi mamá hace lo otro.
Yo entonces me callé y pensé, repensé y seguí pensando. Y tras mucho pensar dije:
-Entonces, ¿es que todas las mamás son brujas?
-¡Claro! -dijeron todos mis amigos.
Y yo volví a pensar otro rato. Y cuando pasó ese rato dije:
-Bueno, si vosotros lo decís... ¡Pero de todas las brujas mamás mi mamá es la más especial!


sábado, 1 de junio de 2013

Boo y Ties

Aquel par de botas habían sido hechas para andar por campos y montañas, de acá para allá, de un lado para otro, para arriba y para abajo, pero habían tenido la mala suerte de haber sido compradas por un señor que nunca salía de su barrio.
Boo y Ties -que así se llamaban- querían viajar, ver cosas nuevas, respirar el aire fresco, helarse de frío, achicharrarse de calor y, sobre todo, conocer mundo, mucho mundo y allí encerradas, se estaban poniendo cada vez más mustias y tristes.
Cierto día alguien dejó la puerta del armario abierta.
Boo y Ties miraron aquella puerta y se miraron entre ellas, volvieron a mirar la puerta y volvieron a mirarse, y así varias veces, hasta que, pasito a pasito, con mucho cuidado, comenzaron a avanzar.

Llegaron hasta la puerta y ahí se quedaron, bajo el perchero, quietecitas y asustadas. La puerta estaba cerrada. Boo y Ties permanecieron pegaditas a la pared, mirando fijamente la puerta, sin saber qué hacer. Entonces la puerta se abrió y las botas salieron corriendo por ella, tan deprisa, que se pisaron los cordones la una a la otra y acabaron rodando escaleras abajo hasta la calle.
Y allí se quedaron. Atontadas, pasmadas y asustadas.
Tras varias horas de estar allí, sin que se atrevieran a moverse, alguien las cogió,  las miró, las remiró y decidió quedárselas. Era un agricultor con el que vivieron bastante contentas hasta que descubrieron que con él no iban a ver nada más que el pueblo y el campo que labraba. Luego las encontró el guarda de una finca cercana con el que ocurrió más o menos lo mismo. Tras eso fueron a parar a los pies de un excursionista que hacía pocas excursiones, a los de un chico que las usaba para jugar al fútbol y a los de un señor mayor que sólo se las ponía para ir a comprar el pan y el periódico...
 Después de su última fuga Boo y Ties, viejas y estropeadas, acabaron en un contenedor de basura. Las botas se sentían tristes y cansadas, y allí esperaron, acurrucadas en aquel lugar oscuro y apestoso, a que llegara el camión y las llevara al vertedero.
Pasado un largo rato se alzó la tapa del contenedor dejando entrar la luz del sol, el aire fresco y una mano que, tras revolver un poco, topó con Boo y Ties. La mano las sacó del contenedor, las bajó hasta sus pies y, con una gran sonrisa de felicidad se las puso y echó a andar con ellas.
Una hora más tarde aún seguía andando.
Y siguió andando día tras día, visitando nuevos lugares, pueblos, ciudades y países.
Boo y Ties, por fin, fueron felices.




Halloween

  La brujita fantasmita no da miedo, ni miajita.