Hoy
hace exactamente un año menos cinco minutos que el profesor
Inteligente Cerebrín inventó la máquina del tiempo. Ya, ya sé que
nadie ha oído hablar de tan maravilloso invento y eso es porque
nadie -excepto el profesor Cerebrín, Ithorm el extraterreste, una
mosca que por allí revoloteaba y yo- sabe que esa máquina existe. Y
nadie sabe que existe porque el profesor no se lo ha dicho a nadie. Y
no se lo ha dicho a nadie porque su máquina del tiempo tiene los
siguientes y “pequeños” fallos:
Primero,
que la máquina del tiempo sólo puede ser utilizada el primer lunes
de cada mes, exactamente a las seis de la tarde, ni medio poquito
antes ni medio poquito después. Si la pones en marcha antes de esa
hora, la máquina se pone a cantar alguna canción de moda a voz en
grito y desafinando una barbaridad, si la enciendes después de las
seis para lo único que sirve es para calentar la leche (y si le caes
bien, te la chocolatea).
Segundo,
la máquina del tiempo sólo puede ser usada por el profesor
Inteligente Cerebrín y por nadie más. La única vez que el profesor
intentó hacer viajar en el tiempo a otro ser vivo, utilizó a un
gato cojo que acabó transformado en un perro afónico, que a su vez
acabó transformado en un búho bizco, que a su vez se convirtió en
una lagartija obesa, que a su vez mudó a ornitorrinco con orejas, y
así hasta un total de ciento veinte transformaciones hasta que, por
fin, logró devolverlo a su condición de gato, sin cojera pero sin
rabo. El profesor no ha querido probar con otro ser humano por si
acaba transformándose en el monstruo de las nieves o algo peor.
Tercero,
la máquina del tiempo sólo viaja hasta el día 11 de junio del año
2002 a las 13:05, no se puede ir más atrás ni se puede ir más
adelante, sólo hasta ese día y a esa hora. Cuando se intenta
ir más atrás, el reloj se vuelve tarumba y acaba bailando una jota,
y si se intenta ir más adelante, el reloj se pone serio y sermonea a
todo el mundo.
El
pobre profesor Cerebrín, triste y apagado, por el fracaso de su
máquina, estaba ya pensando en guardarla para siempre cuando se le
ocurrió que, quizás, tal vez, posiblemente, pudiera viajar a aquel
día tan soso y tonto, para contarse a sí mismo unas cuantas cosas
interesantes que pudieran hacerle rico y famoso.
Y
tal como lo pensó, lo hizo. De modo que el primer lunes del mes de
marzo, justo a las seis de la tarde, ni medio segundo antes ni medio
segundo después, el profesor Cerebrín se metió en su máquina del
tiempo para viajar hasta el día 11 de junio del año 2002 y buscarse
a sí mismo.
El
pobre pensaba que sería facílisimo pero qué va, no hubo manera.
Comenzó
intentando ir a su laboratorio antes de su hora de salida pero llegó
tarde porque, inexplicablemente, se tropezaba con todo el mundo (con
alguno hasta dos veces), resbaló con cuatro cáscaras de plátano,
pisó diez cacas de perro, estuvo a punto de ser atropellado por tres
coches y un carrito de bebé con el que se encontró al doblar una
esquina impactó de lleno en su estómago dejándolo sin respiración
durante un largo rato.
Intentó
luego encontrarse en su propia casa, pero tampoco tuvo suerte porque
de camino para allá le pilló una tormenta que lo dejó calado hasta
los huesos, una viejecita a la que le quiso preguntar la hora le dio
de bastonazos pensando que quería robarle el monedero, un perro lo
persiguió durante tres calles y media, se metió en un barrio que no
recordaba y acabó perdido, agotado, derrengado, deslomado y tirado
sobre un banco de un parque que no conocía. En fin, que fue todo un
completo desastre y el profesor Cerebrín decidió volver al presente
con la ropa hecha un asco y lleno de magulladuras, mordeduras,
heridas y contusiones diversas.
Después
de esto el profesor tuvo claro que lo mejor que podía hacer con su
máquina del tiempo era llevarla al trastero y olvidarla para
siempre.
Y
allí está, junto con otros acumuladores de polvo, perdón, quise
decir junto con otros inventos del profesor Inteligente Cerebrín: el
teletransportador que sólo te teletransporta hasta la Luna (un
restaurante famoso en Gerhinburg, no el satélite), el lector de
pensamiento que sólo lee mentes británicas, el robot inteligente
que es más bien tirando a tonto, la máquina de invisibilidad que
sólo te vuelve un poquito transparente, la dieta para adelgazar que
te hace engordar y otros cuantos más.
Mientras,
el profesor Cerebrín sigue investigando e inventando cosas inútiles
junto a su amigo Ithorm un extraterrestre regordete que conoció en
el viaje de prueba de una nave espacial que usaba como combustible
gominolas de limón. Pero, si no os importa, mejor lo dejo para otro
día.