sábado, 22 de octubre de 2011

Mariana



La rana Mariana es así de pequeña, con ojos así de grandes y es de color lavanda, excepto un lunar amarillo justo entre sus enormes ojos.



Vive Mariana en una laguna de cuyo nombre no tengo idea ninguna. Y duerme la rana dentro de una rosada flor de nenúfar.



Mariana es elegante y refinada, presumida y avispada. Soñadora y alocada, divertida y trastocada... y está perdidamente enamorada del rano Cayetano que se acaba de mudar a la  laguna de cuyo nombre no tengo idea ninguna.



Es Cayetano un rano sano y galano. Gran deportista y genial equilibrista. Anda siempre muy ufano... y está convencido de que es un apuesto príncipe a quien una malvada bruja ha transformado en un rano lozano.

Sale Mariana a pasear cada mañana con sombrilla, sombrero, guantes y monedero. Y cada mañana, pasito a pasito, muy despacito, sin prisa ninguna, rodea la laguna para ir a visitar al rano Cayetano antes de la hora de almorzar.





Dedica Mariana un ratito a escuchar al joven rano que le cuenta sus penas mientras le toma la mano. Luego juegan, pasean, comparten unas ricas moscas y, al llegar la tarde, pasito a pasito, muy despacito, sin prisa ninguna, la rana rodea la laguna para a su casa regresar.



Pero por mucho que Mariana suspire y sueñe, por mucho que se empeñe, el rano Cayetano sigue persiguiendo princesas en busca de un beso de amor que le devuelva la que él cree que es su auténtica y principesca forma.


Pasó más de un año antes de que el rano, por fin, consiguiera que una princesa aceptara besarle... Y no ocurriera nada. Cayetano, confundido y aturdido, pidió a la princesa que volviera a intentarlo... Y siguió sin ocurrir nada de nada. Una tercera vez hizo un intento la ya enfadada princesa... Pero nada de nada de nada: el rano continuó siendo un rano.



La princesa se marchó enfurecida y Cayetano, abatido, se fue pasito a pasito, muy despacito, sin prisa ninguna, rodeando la laguna hasta la casa de su amiga. Mariana le sirvió un té de lilas, se sentó con él en el porche, y pasaron la tarde charlando . Tan bien se sintió Cayetano que, al poco rato, había olvidado sus penas y reía como si nada hubiera pasado.

Y llegó la noche, y salió la Luna, y Mariana y Cayetano, la miraban ensimismados y callados. Y el rano, sin saber por qué, miró a Mariana y la rana, sin saber la razón, miró a Cayetano y, sin decir una palabra, la rana y el rano se dieron un largo beso....



Si este fuera un cuento como debe ser, aquí se acabaría la historia con un “desde entonces, nunca se separaron y, al cabo de un tiempo, se casaron, tuvieron muchos renacuajos y fueron muy, muy felices”. Pero es que este no es un cuento normal así que lo que ocurrió cuando se dieron el beso fue lo siguiente:



Una extraña luz cubrió a Mariana y Cayetano. La luz se hizo cada vez más intensa, el aire se llenó de olor a magia, la brisa se volvió viento. Duró esto un buen rato y cuando, finalmente, amainó el viento, se esfumó el olor y desapareció la luz, se pudo ver a Cayetano jadeando asustado y, a su lado, con cara de sorpresa, a Mariana que ya no era una rana sino una hermosa, hermosísima, princesa.

Se miraron Cayetano y Mariana durante largo rato, hasta que la princesa le contó su historia, una historia que ella no había recordado hasta recuperar su auténtica forma y que no voy a contar porque es la misma de siempre -bella princesa, bruja malvada, hechizo...- con la diferencia de que, en lugar de enamorar a un príncipe, Mariana debía lograr enamorar a un rano.



¿Que si Mariana se quedó con Cayetano? ¡No, no, qué ocurrencia! Mariana volvió a su palacio, como es natural. Y al poco tiempo se casó con un apuesto príncipe, como debe ser, faltaría más.



¿Que si Cayetano se quedó muy triste? Bueno, quizás un poco pero no mucho y, al poco tiempo, conoció a una ranita muy bonita se casó con ella como es natural, faltaría más.



Cada uno siguió con su vida, como tiene que ser pero... Cada noche de luna llena, como aquella del mágico beso, Mariana y Cayetano, se ven junto a la laguna de cuyo nombre no tengo idea ninguna para charlar, para croar y para compartir unos deliciosos pastelitos de moscas y un exquisito té de lilas....


martes, 11 de octubre de 2011

Pedrito Pablito

Este cuento fue escrito para el blog CON UN POCO DE TI  dedicado a la lucha contra la leucemia.




Pedrito Pablito era un niño miedoso... bastante miedoso...  muy miedoso.  Pedrito Pablito era, seamos claros, “un cobarde, gallina, capitán de las sardinas” de tomo y lomo.
Pedrito Pablito no se atrevía a ponerse de pie en los columpios por miedo a caerse, ni a trepar a los árboles por miedo al suelo, quiero decir, por miedo a darse un golpe contra el suelo. Tampoco hacía equilibrios sobre los muros por temor a romperse la nariz. Y así un montón de cosas...


A Pedrito Pablito no le gustaba nada, nadita ser así de miedoso. No señor, en realidad, a Pedrito Pablito le encantaría ser como el famoso héroe de sus historias favoritas: el pirata Malapata, con parche en el ojo y cara de batata, el pirata más valiente de los siete mares, unos cuantos ríos navegables y varios grandes lagos. Pero por mucho que lo intentara y por mucho que lo deseara, Pedrito Pablito seguía siendo un gallina.


Un día Pedrito Pablito se puso enfermo, muy enfermo, más enfermo de lo que nunca había estado y después de algunas pruebas los médicos descubrieron que Pedrito Pablito tenía leucemia. Sus papás le dijeron al niño que tenía que intentar ser muy valiente y hacer todo lo que le dijeran los médicos. Lo segundo no preocupó a Pedrito Pablito porque siempre había sido muy obediente pero lo otro... eso de ser valiente... bueno, eso ya le preocupaba bastante más.


Pedrito Pablito aguantó sin rechistar pinchazos, estancias en el hospital, medicamentos, la quimioterapia... pero seguía sin saber cómo ser valiente.


Pedrito Pablito abrazaba mucho a sus papás porque los veía muy tristes, estaba siempre sonriente para que no se preocuparan y no se quejaba nunca, nunca de nada, nada... pero, por más que lo intentaba, no se sentía más valiente.


Pedrito Pablito no dijo ni mú cuando se quedó sin pelo y hasta bromeaba continuamente diciendo que ahora “no tenía ni un pelo de tonto”... pero valiente, lo que se dice valiente, no lo pensaba que fuera.


Y es que, a pesar de las sonrisas, y los abrazos, y las bromas, Pedrito Pablito seguía teniendo mucho, mucho miedo.


La noche que perdió lo que le quedaba de pelo, Pedrito Pablito soñó con el pirata Malapata, con un parche en el ojo y cara de batata, el pirata más valiente de los siete mares, unos cuantos ríos navegables y varios grandes lagos.


El niño soñó que navegaba en su barco y que, incluso, lo dejaba llevar el enorme timón y dar órdenes a sus piratas. Soñó con el olor del mar y con la brisa en su cara, con el sonido de las olas y el viento en las velas, con los cantos de la tripulación y el grito de las gaviotas y soñó, sobre todo, que el pirata Malapata le hablaba y le decía que eso de que era un cobarde era una soberana tontería. Que él era un niño valiente y más que valiente y que lo estaba demostrando cada día desde que se puso tan enfermito.


Le dijo, el pirata Malapata a Pedrito Pablito, que ser valiente no consiste en no tener miedo, que eso era imposible, que todo, todo, todito el mundo tenía miedo y el que dijera lo contrario o era tonto o un mentiroso. Que él mismo, el pirata Malapata, con su parche en el ojo y cara de batata, había tenido miedo muchas, muchísimas veces. Ser valiente, decía el pirata al niño, consiste en hacer ciertas cosas o enfrentar otras a pesar del miedo que puedan dar. Así que no es valiente, por ejemplo, el que no tiene miedo a enfrentarse a su enemigo sino el que, a pesar de sentir mucho miedo, lucha hasta el final.


-Eres valiente, Pedrito Pablito, muy valiente y te estás enfrentando como el mejor y más valeroso capitán pirata a tu enfermedad. Y por haber demostrado tanto valor he decidido nombrarte pirata honorífico y regalarte este pañuelo para que todo el mundo sepa que, ahora, formas parte de nuestra gran hermandad de piratas valientes y sonrientes.


Y, mientras toda la tripulación aplaudía y gritaba, Pedrito Pablito se despertó. Y allí, sobre su almohada, estaba el pañuelo rojo de pirata más bonito que había visto nunca jamás de los jamases.


Pedrito Pablito se puso el pañuelo y no se lo volvió a quitar hasta que, tras una larga y dura lucha, salió vencedor en su guerra contra la leucemia y nunca, nunca jamás, volvió a pensar que era un cobarde y, cuando pudo volver a jugar, saltó, trepó, escaló, hizo piruetas y realizó equlibrios como el más valiente de todos los valientes piratas sonrientes.







Halloween

  La brujita fantasmita no da miedo, ni miajita.