Se puede ser pirata y feo.
Ser puede ser pirata y oler mal.
Se puede ser pirata y borrachín.
Incluso se puede ser pirata y tontorrón.
Pero lo que nunca, jamás de los jamases, nunca jamás de los nunca jamases, puede ser un pirata es un “cobarde gallina capitán de las sardinas”.
Y eso era Rob Sin barba Dagger, capitán del Tormenta Roja: el pirata más cobarde de todos, desde África hasta el Polo Norte y desde el Polo Norte hasta África.
Aunque no siempre había sido así.
Tiempo atrás, Rob Sin barba era un pirata tan valiente y feroz como el que más, ni se arredraba ante nada, ni ante nada huía. Sí señor, antes, el capitán Sin barba. era un pirata con todas las de la ley. ¿Qué ocurrió, pues, para que se volviera un miedoso? ¿Un encuentro con algún horrible monstruo? ¿Una terrible batalla? ¿Alguna gravísima herida? No, nada de eso, lo que ocurrió fue que tuvo un formidable, enorme y gigantesco despiste.
Rob Sin barba siempre ha sido tremendamente olvidadizo y gigantescamente despistado. En cierta ocasión, estando en Isla Tortuga de fiesta con sus hombres, el capitán se dejó olvidada sobre una mesa de la posada su mano izquierda... y es por eso que lleva garfio. En otra ocasión, en el barco de su amigo el capitán John Cuatro dientes, se dejó en su camarote la pierna derecha... y es por eso que tiene una pierna de madera. También está aquella vez en que, dándose un baño en las cristalinas aguas de una playa caribeña, se le perdió el ojo derecho entre la arena... y es por eso que lleva un parche. Como ves, no se puede ser más distraído que el capitán y eso, justamente eso, fue lo que ocurrió con el valor de Rob Sin barba Dagger: se lo dejó olvidado, en mitad de un combate, en un barco que acababa de abordar y hundir.
Desde ese momento, Rob Sin barba se transformó en un pirata tan cobarde que por no atreverse, no se atrevía ni a navegar, y si su tripulación no le había abandonado era porque, a pesar de todo, querían a su capitán y confiaban en que, tarde o temprano (más temprano que tarde), volviera a ser el de antes.
Y fue su tripulación la que, tras mucho pensar (algo que le cuesta muchísimo a un pirata), tras mucho hablar (algo que no le cuesta nada a un pirata) y tras mucho beber ron (algo que le encanta a un pirata), decidieron llevar a su capitán a visitar a la vieja Emchaui, una hechicera vudú que vivía junto al mar, al pie de un altísimo acantilado, en el lugar más peligroso e inaccesible de toda la isla.
El capitán, por supuesto, se negó, porque eso de ir a ver a una bruja a un lugar tan peligroso le daba mucho miedo pero, finalmente, sus hombres lograron llevarlo ante ella aunque para ello tuvieran que atarlo y arrastrarlo entre gritos, forcejeos e insultos de lo más variado:
—¡Soltadme, malditos hijos de una ballena tuerta! —gritaba el capitán Sin barba— ¡Me las vais a pagar, marineros de agua embotellada!
Pero su tripulación no lo soltó hasta dejarlo bien sentado frente a Emchaui. Entonces dieron un par de pasos hacia atrás y esperaron, ansiosos, lo que fuera a ocurrir a continuación. Emchaui, una vieja renegrida, reseca y reflaca, fumaba un enorme puro cuyo humo lanzaba continuamente sobre el atemorizado Rob Sin barba. Emchaui, la muy bruja, lo miró y remiró y lo siguió mirando durante tanto rato, que tanto el capitán como su tripulación estuvieron a punto de caer dormidos de puro aburrimiento.
De repente, la bruja, dio un alarido:
—¡Aaaaaaaah! —gritó haciendo que la tripulación diera otro paso atrás y que el capitán estuviera a punto de caer al suelo— ¡Aaaaaaah! —volvió a gritar— ¡Yo ya sé lo que hacer tú debes para miedo tuyo curar y volver a valiente ser! ¡Aaaah! ¡Aaaaah! —seguía graznando la vieja— Tú ir debes en un laaaargo viaje, encontrar barco fantasma y en él navegar hasta la terrorífica Isla del Infierno, a través del Tenebroso Mar, y una vez allí entrar en la caverna deberás del Grande Monstruo, luchar con él y robar deberás la Piedra Roja del Valor! ¡Aaaah! ¡Aaaaaaaah! —gritó otra vez la bruja dando un nuevo susto a todos— Ahora si ti no importar, me dejar de golpear con pierna de madera tuya... ¡Aaaaaaah!
Y es que Rob Sin barba no había dejado de forcejear durante todo el tiempo que estuvo sentado frente a la bruja y su pata de madera llevaba rato golpeando la espinilla de la pobre señora. Sus hombres volvieron, entonces, a levantarlo en volandas y, sin decir nada, corrieron de nuevo hasta el barco mientras su enfurecido y atemorizado capitán no dejaba de gritar.
Una vez a bordo, lo metieron en su camarote, lo desataron y sin prestar la menor atención a sus intentos de evitar que zarparan, se pusieron manos a la obra, izaron velas, levaron anclas y pusieron rumbo a alta mar en busca de un barco fantasma y la cura de su capitán.
Sin barba permaneció encerrado en su camarote, negándose a participar hasta que, al cuarto día de navegación, se toparon con la tormenta más impresionante que habían visto nunca. Y, aunque al principio el capitán se quedó escondido bajo su camastro, acabó saliendo porque se dio cuenta de que su tripulación lo necesitaba para superar esa horrenda tempestad. El capitán, asustado, se puso a dar órdenes bajo la lluvia y a trabajar, él también, para evitar que el barco acabara hundiéndose; cuanto más miedo sentía, más se esforzaba Sin barba en trabajar contra el viento y las grandes olas. La lucha duró horas antes de que, finalmente, el mar volviera a la calma.
Entonces, entre las olas que se apaciguaban, envuelto en su propia niebla, surgió un enorme y tenebroso barco fantasma. Un buque enorme, cuyas maderas crujían de forma inquietante y cuyas velas aleteaban sucias y amenazadoras. Sin barba, al verlo, se encogió de miedo y se negó a abordarlo, pero el silencio obstinado y enfadado de su tripulación pudo más que su miedo y, aterrado y resignado, el capitán dio la orden de abordaje. Acongojado y amedrentado, el capitán se puso, muy a su pesar, a la cabeza de sus hombres para explorar el barco temiendo, a cada paso, tropezar con temibles fantasmas.
En la cubierta se les aceleró el corazón ante unos extraños golpeteos y crujidos en la zona de proa y allí se aproximaron, empujándose los unos a los otros, lentamente, hasta ver lo que provocaba aquellos terroríficos sonidos: una gaviota que intentaba atrapar algún pequeño molusco escondido entre las maderas.
Aliviados y algo más animados, acabaron su exploración de cubierta sin encontrar ni un fantasma, ni un demonio, ni nada más aterrador que la gaviota hambrienta. Luego se dirigieron a las escaleras que conducían al interior del buque. Allí los recibió un horrísono chillido, un silbido y golpeteo, como pasos a la carrera que a punto estuvo de volverles el cabello blanco de pavor (menos a Johnny El calvo, claro). Con Rob Sin barba al frente, todo lo despacio que pudieron, fueron descubriendo que el chillido lo había producido una rata que, al poco rato, se escurrió entre sus piernas, que el silbido era producido por el viento pasando a través de un pequeño agujero en el casco y que el golpeteo no era más que un ventanuco mal cerrado que traqueteaba debido a las corrientes de aire. El suspiro de alivio fue general y sonoro cuando, explorado todo el barco, se dejaron caer al suelo con piernas y manos temblorosas aún por el miedo pasado.
Aquel enorme barco, supuestamente fantasma era, ahora, completamente suyo sin otra lucha que la que hubo de mantener cada uno contra su propio miedo... especialmente su capitán.
Ya sólo quedaba poner rumbo a la Isla del Infierno y, en esta ocasión, no hubo ni que atar ni que empujar al capitán Rob Sin barba Dagger pues fue él mismo quien se puso al timón, dispuesto a poner fin a aquella aventura.
Atravesaron el Mar Tenebroso en cuatro días: el primero lucharon contra un gran pulpo, el segundo contra un tifón espantoso, el tercero eludieron a las sirenas más feas que nadie haya visto (y que nadie verá) y el cuarto se enfrentaron a peces voladores con dientes como pirañas. Al quinto día, el vigía dio el grito de tierra a la vista y todos habrían dado saltos de alegría sino fuera porque no dejaban de pensar en qué temible monstruo, más espantoso que todo aquello con lo que se habían enfrentado hasta el momento, se iban a encontrar.
Desembarcaron al amanecer en una playa de arenas doradas y aguas transparentes que no tenían nada de terroríficas y exploraron la isla hasta dar con la enorme caverna en la que se suponía habitaba el “Grande Monstruo” que les había dicho Emchaui.
Llegados a la entrada de la caverna, Rob Sin barba Dagger, comunicó a sus hombres que entraría él solo a enfrentarse con lo que fuera que hubiera allí dentro, pues era él quien debía recuperar el valor que había extraviado. Su tripulación protestó pero acabaron obedeciendo y se dispusieron a esperar mientras su capitán entraba, encogido, tembloroso y decidido, en la tenebrosa cueva.
Cuando había recorrido unos cien metros, Rob Sin barba, se vio inmerso en la oscuridad más oscura que jamás hubiera imaginado. Aún cuando su vista comenzó a acostumbrarse a la falta de luz, Sin barba no lograba ver apenas nada y debía andar con mucho cuidado. Se pegó a la pared de la izquierda y movía su otro brazo en busca de cualquier obstáculo que hubiera en su camino. Andaba tan lentamente que tenía la sensación de no avanzar absolutamente nada. A su alrededor se multiplicaban los susurros y los roces. En cierta ocasión sintió algo viscoso pasar sobre su mano o tocar su cara. Más tarde algo pareció exhalarle en la cara su aliento pestilente. Al cabo de lo que pareció una eternidad algo aleteó un poco más adelante y un horrible grito casi perfora sus tímpanos. No se había enfrentado aún a ningún monstruo pero Rob Sin barba se sentía exhausto y sudoroso como si hubiera luchado contra un millar de ellos y su corazón no dejaba de latir a toda velocidad.
Por fin, tras mucho andar, una luz apareció frente a Rob quien se dirigió hacia ella, temblando, convencido de que allí encontraría al horrendo monstruo. La luz se fue transformando en dos luces, dos puntos rojos. Los puntos rojos, tomaron pronto la forma de dos ojos diabólicos. Los dos ojos diabólicos fueron haciéndose más y más grandes. Rob sujetaba ahora su espada con fuerza y avanzaba tragando saliva, paso a paso, despacio, pero sin detenerse. Los ojos se acercaban y se agrandaban, se acercaban y se agrandaban y el capitán no tardó en descubrir que no eran ojos sino dos enormes lámparas que emitían una luz rojiza y que custodiaban una enorme piedra del mismo color sobre la que estaba escrito:
Quien hasta aquí llega
busca el valor
pero el valor no se encuentra,
se posee o no.
Si hasta aquí has llegado
buscando valor
sabe, viajero, que ya lo has hallado
y está en tu corazón,
y que sin el temor
no existiría el valor.
Rob tardó un rato en darse cuenta de que aquello quería decir que no había ni monstruo, ni piedra, ni magia, ni nada y que había encontrado su valor al enfrentarse a todo aquello que tanto miedo le daba.
Regresó Sin barba con sus hombres y fue recibido con alegría. Tras contarles lo ocurrido, volvieron al barco dispuestos a surcar de nuevo los siete mares, varios ríos navegables y unos cuantos grandes lagos.
Y nadie, nunca jamás de los jamases, se atrevió a llamar cobarde al capitán Rob Sin barba Dagger.