Pedrito
Pablito era un niño miedoso... bastante miedoso... muy
miedoso. Pedrito Pablito era, seamos claros, “un cobarde,
gallina, capitán de las sardinas” de tomo y lomo.
Pedrito
Pablito no se atrevía a ponerse de pie en los columpios por miedo a
caerse, ni a trepar a los árboles por miedo al suelo, quiero decir,
por miedo a darse un golpe contra el suelo. Tampoco hacía
equilibrios sobre los muros por temor a romperse la nariz. Y así un
montón de cosas...
A Pedrito
Pablito no le gustaba nada, nadita ser así de miedoso. No señor, en
realidad, a Pedrito Pablito le encantaría ser como el famoso héroe
de sus historias favoritas: el pirata Malapata, con parche en el ojo
y cara de batata, el pirata más valiente de los siete mares, unos
cuantos ríos navegables y varios grandes lagos. Pero por mucho que
lo intentara y por mucho que lo deseara, Pedrito Pablito seguía
siendo un gallina.
Un día
Pedrito Pablito se puso enfermo, muy enfermo, más enfermo de lo que
nunca había estado y después de algunas pruebas los médicos
descubrieron que Pedrito Pablito tenía leucemia. Sus papás le
dijeron al niño que tenía que intentar ser muy valiente y hacer
todo lo que le dijeran los médicos. Lo segundo no preocupó a
Pedrito Pablito porque siempre había sido muy obediente pero lo
otro... eso de ser valiente... bueno, eso ya le preocupaba bastante
más.
Pedrito
Pablito aguantó sin rechistar pinchazos, estancias en el hospital,
medicamentos, la quimioterapia... pero seguía sin saber cómo ser
valiente.
Pedrito
Pablito abrazaba mucho a sus papás porque los veía muy tristes,
estaba siempre sonriente para que no se preocuparan y no se quejaba
nunca, nunca de nada, nada... pero, por más que lo intentaba, no se
sentía más valiente.
Pedrito
Pablito no dijo ni mú cuando se quedó sin pelo y hasta bromeaba
continuamente diciendo que ahora “no tenía ni un pelo de tonto”...
pero valiente, lo que se dice valiente, no lo pensaba que fuera.
Y es que, a
pesar de las sonrisas, y los abrazos, y las bromas, Pedrito Pablito
seguía teniendo mucho, mucho miedo.
La noche
que perdió lo que le quedaba de pelo, Pedrito Pablito soñó con el
pirata Malapata, con un parche en el ojo y cara de batata, el pirata
más valiente de los siete mares, unos cuantos ríos navegables y
varios grandes lagos.
El niño
soñó que navegaba en su barco y que, incluso, lo dejaba llevar el
enorme timón y dar órdenes a sus piratas. Soñó con el olor del
mar y con la brisa en su cara, con el sonido de las olas y el viento
en las velas, con los cantos de la tripulación y el grito de las
gaviotas y soñó, sobre todo, que el pirata Malapata le hablaba y le
decía que eso de que era un cobarde era una soberana tontería. Que
él era un niño valiente y más que valiente y que lo estaba
demostrando cada día desde que se puso tan enfermito.
Le dijo, el
pirata Malapata a Pedrito Pablito, que ser valiente no consiste en no
tener miedo, que eso era imposible, que todo, todo, todito el mundo
tenía miedo y el que dijera lo contrario o era tonto o un mentiroso.
Que él mismo, el pirata Malapata, con su parche en el ojo y cara de
batata, había tenido miedo muchas, muchísimas veces. Ser valiente,
decía el pirata al niño, consiste en hacer ciertas cosas o
enfrentar otras a pesar del miedo que puedan dar. Así que no es
valiente, por ejemplo, el que no tiene miedo a enfrentarse a su
enemigo sino el que, a pesar de sentir mucho miedo, lucha hasta el
final.
-Eres
valiente, Pedrito Pablito, muy valiente y te estás enfrentando como
el mejor y más valeroso capitán pirata a tu enfermedad. Y por haber
demostrado tanto valor he decidido nombrarte pirata honorífico y
regalarte este pañuelo para que todo el mundo sepa que, ahora,
formas parte de nuestra gran hermandad de piratas valientes y
sonrientes.
Y,
mientras toda la tripulación aplaudía y gritaba, Pedrito Pablito se
despertó. Y allí, sobre su almohada, estaba el pañuelo rojo de
pirata más bonito que había visto nunca jamás de los jamases.
Pedrito
Pablito se puso el pañuelo y no se lo volvió a quitar hasta que,
tras una larga y dura lucha, salió vencedor en su guerra contra la
leucemia y nunca, nunca jamás, volvió a pensar que era un cobarde
y, cuando pudo volver a jugar, saltó, trepó, escaló, hizo piruetas
y realizó equlibrios como el más valiente de todos los valientes
piratas sonrientes.
Hoy estoy que cito, supongo, porque esto me ha dado por cantar la de;
ResponderEliminar"Pero si me dan a elegir
de entre todas las vidas
yo escojo
la del pirata cojo
con pata de palo,
con parche en el ojo,
con cara de malo".