A Camilo Gruñón lo llamaban así porque pasaba el día de queja en queja, de protesta en protesta y de enfado en enfado.
Para Camilo Gruñón nada estaba bien nunca jamás de los jamases.
-Estas chuches están poco dulces -gruñía, aunque fueran las mejores golosinas del mundo.
-Este chocolate no está caliente -protestaba, aunque se quemara la lengua al tomarlo.
-Estos juegos son muy aburridos -se quejaba, aunque todos sus amigos se lo estuvieran pasando en grande.
-¡Este lápiz no está bien afilado! -se enfadaba, aunque la punta pinchara.
Cuando llegaba el verano se quejaba porque hacía mucho calor, cuando llegaba el invierno de que hacía mucho frío, en primavera y otoño porque ni fú ni fá... Y así con todo.
En el mismo rellano que Camilo vivía la señora Maruja, la bruja.
La señora Maruja, la bruja, era una señora muy simpática y amable pero estaba más que harta de escuchar las quejas, los gruñidos y los enfados de Camilo Gruñón.
Cierta tarde en que la señora Maruja -la bruja- bajó al parque a leer su libro de hechizos, encontró a Camilo haciendo lo que siempre hacía: quejarse.
-¡Qué juego más aburrido! -decía.
-¡No me gusta esta pelota! -gruñía.
-¡Otra vez bocata de chorizo! -se quejaba.
Y así una y otra vez, una y otra vez.
Entonces, Maruja -la bruja- cerró su libro, se levantó, fue hacia Camilo Gruñón y le dijo:
-¡Niño gruñón y quejica! ¡Niño molesto y tristón! A partir de este momento, cada vez que te quejes, gruñas o protestes, de tu boca saldrá un sapo grandón.
Luego, se dio media vuelta, cogió su libro y se marchó.
Durante un rato, Camilo Gruñón se quedó callado, calladísimo y con cara de mucha sorpresa pero, al rato, volvió a jugar como si nada.
Hasta que abrió la boca para quejarse... Y no pudo.
-¡Este parque no... blurp! -dijo.
-¡Croac! -dijo el sapo feo y grandote que salió de su boca.
Camilo Gruñón, asustado, se tapó la boca con las dos manos y salió corriendo.
Estaba en casa, cenando, cuando Camilo Gruñón, empezó de nuevo a quejarse:
-¡La sopa está... blurp! -dijo.
-¡Croac! -dijo el sapo feo y grandote que cayó en su plato de sopa.
Los padres de Camilo Gruñón se asustaron mucho hasta que Camilo les contó lo que pasaba.
-¿No vais a hacer nada? -preguntó Camilo.
-La verdad es que lo tienes merecido -dijo su madre.
-Igual así aprendes -dijo su padre.
-¡No, no vamos a hacer nada! -dijeron los dos.
Y Camilo, enfadado y enfurruñado, se fue a su cuarto:
-¡Pues menudos padres que... blurp! -dijo
-¡Croac! -dijo el sapo feo y grandón que cayó sobre su cama.
Camilo Gruñón se tapó la boca, quitó al sapo de la cama y se acostó pensando que lo mejor era irse a dormir y, sobre todo, no abrir la boca.
Al día siguiente, Camilo siguió venga a quejarse y venga a gruñir y venga a protestar por todo. Y los sapos venga a salir de su boca.
El colegio de Camilo Gruñón fue invadido por un montón de sapos que daban saltitos por las clases, el recreo y hasta por el despacho de la directora.
En la casa de Camilo había sapos hasta bajo las almohadas.
Y en el parque los niños tenían que ir apartando sapos para poder jugar.
Aquello era un desastre.
Por suerte, al segundo día, la cantidad de sapos bajó.
Al tercero, bajó aún más.
Y al cuarto.
Y al quinto.
Y al sexto.
Y, de pronto, al séptimo, no apareció ningún sapo.
Camilo Gruñón había empezado, por fin, a dejar de quejarse, de gruñir y de protestar por todo y a darse cuenta de que sus padres se enfadaban menos con él, sus profesores lo trataban mejor, sus compañeros ya no salían huyendo cuando lo veían y empezaba a tener muchos más amigos.
Después de un mes, la señora Maruja -la bruja- volvió a ir a casa de Camilo a pedir un poco de azúcar.
-Me cuentan que ya no eres tan gruñón, Camilo. Eso está muy bien -le dijo.
-Gracias a su hechizo, señora Maruja -dijo Camilo-. Pero ya me lo puede quitar.
-¿Mi hechizo? -rió la bruja-. Mi hechizo hace tiempo que desapareció, Camilo.
Y la señora Maruja, la bruja, se marchó con su tacita de azúcar riéndose a carcajadas.
Camilo Gruñón, había dejado de ser un gruñón... ¡y sin ningún hechizo!
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