viernes, 19 de abril de 2013

Nada es lo que parece VIII


Ilustraciones de Eliz Segoviano.





CAPÍTULO OCTAVO





Aún estaba Ayla mirando el hueco por el que había desaparecido la tortuga cuando una gigantesca sombra tapó el sol. Algo enorme se había detenido a sus espaldas y la observaba, Ayla podía oír su atronadora respiración y sentir el extremado calor que desprendía. Se giró lenta, muy lentamente y se encontró con una de sus peores pesadillas: un inmenso dragón cuyo cuerpo estaba cubierto de escamas negras como la noche y que la miraba fijamente con ojos llenos de pura maldad.

Ayla se movió tres pasos hacia la derecha, en un intento de rodear al terrorífico dragón que no hizo ni el más mínimo movimiento. Se movió otros tres pasos y el dragón ladeó su enorme cabezota, pero siguió sin moverse del sitio. Unos cuantos pasos más sin perder de vista a la bestia y Ayla pudo, por fin, echar a correr.

El dragón se limitó a seguirla con la mirada sin que, al parecer, tuviera el menor interés en ir tras ella. A pesar de eso, la niña corrió y se alejó cuanto pudo del monstruo, intentando recordar que aquello no era más que un sueño, aunque en aquel momento eso no es que sirviera de mucha ayuda.
Y entonces, la monstruosa bestia abrió sus alas, alzó la cabeza, lanzó un atronador rugido y voló tras Ayla, quien corría aterrorizada al tiempo que buscaba un lugar en el que ocultarse. Por fin encontró una grieta por en la que el dragón no podría caber y allí se ocultó, jadeante y sin dejar de repetir:

-Nada es lo que parece, nada parece lo que es, nada es si yo no quiero y solo es lo que yo deseo. Nada es lo que parece, nada parece lo que es, nada es si yo no quiero y solo es lo que yo deseo. Nada es lo que parece, nada parece lo que es, nada es si yo no quiero y solo es lo que yo deseo.

El dragón apareció en la entrada del escondite e intentó meter la cabeza, pero era demasiado grande para el espacio que había. Lo intentó también con las garras pero no le fue mucho mejor. El dragón estaba cada vez más furioso y sólo era cuestión de tiempo que se decidiera a lanzar fuego contra su presa.

Llena de terror y sin saber qué hacer, a Ayla no se le ocurrió otra cosa que gritar al dragón con todas sus fuerzas:

-¡No existes! ¡No eres real! ¡No eres más que un sueño!

El dragón se detuvo, confuso por el grito de la niña que, envalentonada por la reacción del animal, dio dos pasos hacia la entrada de la gruta y volvió a gritar:

-¡No puedes hacerme nada porque solo existes en mi imaginación!

El dragón retrocedió varios pasos y pareció encogerse varios centímetros.

Ayla no se lo podía creer, aquello estaba funcionando. ¡Tenía razón el Aire! Avanzó hasta salir de su escondite y, poniéndose frente al animal con los brazos en jarra, volvió a gritarle:

-¡Existes porque yo te he creado y te puedo hacer desaparecer o no, mejor aún, puedo transformarte en lo que quiera!

Ahora era el dragón el que parecía asustado y su tamaño seguía menguando sin parar.

Ayla continuó hablando:

-Eso es. Te voy a transformar en... en...

Mientras hablaba el dragón se había encogido hasta el tamaño de un caniche y la miraba con una cara muy triste y asustada.

-Vaya, si me miras así no puedo transformarte en nada.

El dragón siguió mirándola fijamente con mucha pena.

-¡Oh, de acuerdo! -dijo, por fin, Ayla- No te convertiré en nada. Puedes largarte.

El antes dragón y ahora dragoncito, agitó la cola la mar de contento, abrió las alas y voló en torno a la niña durante un rato para, a continuación, alejarse rápidamente de la montaña.


 

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