Y dio comienzo la guerra, tan cruel como todas las guerras, tan absurda como todas las guerras, tan injusta como todas las guerras, tan triste como todas las guerras.
El Mago del Invierno lanzaba contra el Bosque todo su frío poder: enormes tormentas de nieve, fríos vientos polares, heladas desconocidas por aquellos lugares. El frío llegaba a ser tan intenso que hasta el aliento se helaba al salir de la boca y caía al suelo convertido en pequeños bloques de hielo.
La Bruja del Otoño se defendía como podía. Con cientos de hojas creaba mantas con las que cubrir y proteger a los habitantes del bosque del helado viento y del frío hielo. Acogió en su castillo a los más débiles, creó todos los refugios que pudo para el resto. Intentaba contrarrestar los vientos invernales con vientos otoñales. Intentaba oponer la lluvia a la nieve. Intentaba luchar y defenderse contra alguien que era mucho más fuerte que ella. Intentaba, intentaba, pero no podía...
Las otras dos Estaciones no intervenían. Se limitaban a seguir con sus cosas, asistiendo impasibles a la lucha entre los dos grandes reyes-hechiceros. Las otras dos Estaciones no querían intervenir pues decían que era una lucha que no les concernía. Si alguien les insinuaba que, tal vez, el Mago del Invierno fuese a por sus reinos tras acabar con el Bosque Dorado, ellos se echaban a reír pues se sentían fuertes e invencibles.
Las otras dos Estaciones, en definitiva, son dos impresentables. El Hechicero del Verano es un ser arrogante y vanidoso al que sólo preocupa lucirse y bailar entre sus sembrados de trigo y el Hada de la Primavera es una niñata tontorrona, caprichosa y presumida que siempre anda poniéndose guirnaldas de flores y admirándose en los ríos. De semejantes personajes, pues, poca -ninguna- ayuda podía esperarse.
De modo que aquí tenemos a la Reina luchando con todas sus fuerzas y aspirando tan sólo a aguantar un día más, una noche más. Mientras que el Mago continuaba, implacable, lanzando ataque tras ataque sin que pareciera agotarse jamás.
Las criaturas pequeñas y grandes que habitaban el Bosque empezaban a sentirse extenuadas, hambrientas y, sobre todo, desmoralizadas. Sentían la derrota en sus corazones y no tardarían en pedir la rendición.
En cambio, los seguidores de Invierno no tenían el menor problema en resistir los ataques de Otoño. ¿Qué miedo podían sentir ante el frío otoñal acostumbrados a las gélidas temperaturas invernales? ¿Qué daño podían causarles los vientos del otoño acostumbrados a las ventiscas del invierno? Ellos podían resistir por mucho tiempo, todo el que fuera necesario para alcanzar la victoria. Se sentían fuertes e invencibles. Sus corazones sentían la victoria y no tardarían en obtenerla.
La Bruja del Otoño comenzaba ya a plantearse la rendición incondicional cuando se presentó ante ella la jovencísima Hada Dralina para ofrecerse voluntaria para llevar a cabo una idea que había tenido hacía unos días pero que no se había atrevido a contar... hasta que vio que todo parecía perdido.
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