lunes, 14 de diciembre de 2020

Calendario de Adviento

 

14 diciembre




Cascaruja

La bruja Cascaruja vestía como todas las brujas, es decir, un gorro de pico tan negro que los murciélagos lo utilizaban para dormir, un vestido -también negro- hasta los tobillos y unas fuertes, feas, cómodas y negrísimas botas de las que era mejor mantenerse apartado por si los pisotones. Además, lucía una enorme y asquerosa verruga con tres pelos justo en mitad de la barbilla y cada mañana se despeinaba con mucho cuidado de no dejar ni un sólo pelo en su sitio.

Vivía Cascaruja en una destartalada cabaña a la entrada de un tenebroso bosque acompañada por un gato negro y flacucho, que nunca engordaba aunque comía mucho, un búho viejo y aburrido que pasaba la mayor parte del tiempo dormido y un sapo orondo y redondo, y su escoba la guardaba en el armario del fondo.

En fin, que Cascaruja era una bruja todo lo normal que puede ser una bruja pero, claro, siempre tiene que haber un pero, porque sin pero no tendríamos historia que contar. Y el pero de este cuento es que Cascaruja era la única bruja conocida y por conocer que disfrutaba con la Navidad y adoraba todo lo navideño: las luces de colores, decorar el abeto, el espumillón, las bolas, el muérdago, los turrones, los mazapanes, las peladillas y hasta los villancicos (y para que te gusten los villancicos debe gustarte muchísimo la Navidad).

Al resto de brujas esta rareza de Cascaruja no les gustaba pero, como en todo lo demás era una bruja perfecta, la dejaban tranquila. Todas menos Papanduja, la bruja más fea y más mala de todas las brujas; más fea y mala que la bruja más mala y fea que podáis imaginar, sí, así de fea y de mala era. En cuanto llegaba la Navidad, Papanduja comenzaba a hablar contra Cascaruja intentando poner a las demás compañeras en su contra sin conseguir otra cosa que portazos en las narices.
Hasta el triste día en que Papanduja se convirtió (por arte de sus malas artes) en Jefa Suprema del Gran Consejo de Brujas y prohibió a Cascaruja celebrar la Navidad. ¡Pobre Cascaruja! Tuvo que desmontar su árbol, quitar toda la decoración de paredes, mesas y puertas, recoger los dulces navideños que había preparado y entregar todo a Papanduja que, entre risotadas, las lanzó a la enorme hoguera que, para tal fin, había ordenado encender.
Luego Cascaruja volvió a su cabaña y se encerró en ella con su gato, su búho y su sapo, hasta que llegó la primavera; mientras Papanduja, más feliz que una lombriz, se dedicaba a ordenar cosas a diestro y siniestro, sólo por el gusto de mandar, que es lo siempre había deseado. No había bruja que estuviera contenta con lo que hacía pero tampoco había ninguna que se atreviera a oponerse a ella.


Cuando la segunda Navidad estaba por llegar, Cascaruja decidió retar a Papanduja a un Duelo Mágico, algo a lo que ninguna bruja, ni tan siquiera la Jefa Suprema del Gran Consejo de Brujas puede negarse. 
El duelo se celebró el 24 de Diciembre, en el gran claro del bosque, al pie del gran abeto solitario.
Ese día el claro se llenó de brujas expectantes. Los poderes de ambas estaban muy iugualados y, por tanto, todo podía ocurrir.
A una señal, los hechizos comenzaron a volar de la una a la otra. Uno azul de Papanduja hizo trastabillar a Cascaruja sobre pies de palo. Uno rojo de Cascaruja transformó en goma las manos de Papanduja. Uno verde de Papanduja fue detenido por uno amarillo de Cascaruja. Hechizos vienen, hechizos van, el tiempo iba pasando y no parecía que ninguna fuera a ganar.


Hasta que Cascaruja quedó justo bajo el abeto y, cerrando los ojos y extendiendo los brazos, comenzó a recibir una extraña energía procedente del abeto. Ante los asombrados ojos de todas, Cascaruja estaba a punto de usar la magia navideña, una magia desconocida por las brujas.
Con un gesto de brazos, Cascaruja lanzó toda aquella energía contra Papanduja quien quedó oculta por una brillante luz dorada. Al desvanecerse, en lugar de Papanduja, había una niña que miraba a todos lados con cara de pasmo.
Todas las brujas lanzaron gritos de alegría y corrieron hacia Cascaruja para felicitarla y pedirle que fuera la nueva Jefa Suprema. Cascaruja dio las gracias pero se negó y, tomando de la mano a la pequeña Papanduja, se dirigió a casa donde, juntas, decoraron un precioso árbol, pusieron adornos por toda la casa y prepararon deliciosos dulces navideños. 
Y siguieron haciéndolo durante muchas, muchas, muchas Navidades.








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